Sobre la insuficiencia e inexactitud conceptual de las lectura alegóricas en El Señor de los Anillos de J.R.R Tolkien y la necesidad de leer la obra desde la estética de la Fantasía. PRIMERA PARTE: CONTRA LA ALEGORÍA Hace ya varios días se cumplieron 40 años de la muerte de J.R.R Tolkien, considerado casi unánimemente como el padre de la Fantasía moderna para los entusiastas y estudiosos del género, y como EL autor de Fantasía para los legos. A propósito de este acontecimiento, diversos espacios le dedicaron notas tanto a la figura de autor de Tolkien como a su vida personal, intentando en ocasiones algunos alcances interpretativos a su obra más reconocida, El Señor de los Anillos, originalmente concebida como una sola historia pero publicada en tres libros por criterios editoriales. Conviene recordar que la mayoría de estos sitios no es especialista ni en la Fantasía ni en literatura, de modo que sus artículos tienen un carácter más bien divulgativo, orientado a gente que probablemente sólo conoce el trabajo de Tolkien a través de las películas de Peter Jackson y que posee nociones muy sencillas de su historia e imaginario. El propósito anterior, sin duda, me parece loable. Me parece también razonable esperar incoherencias o superficialidades en estos textos, pues el universo narrativo y personal de Tolkien es tan enorme como la propia Tierra Media. No ha de resultar fácil para nadie, ni siquiera un académico especializado en su obra o un lector avezado de Fantasía, realizar un análisis que al mismo tiempo sea comprensible para el lector casual y a la vez lo bastante profundo como para ahondar su esencia. Sin embargo, de un tiempo a esta parte me he venido encontrando con una tendencia que ya no me parece curiosa, sino hasta perjudicial para la comprensión de la Fantasía, sobre todo considerando este propósito de difusión al que me referí antes. Esta tendencia no es otra que la insistencia en leer la Fantasía, y en especial El Señor de los Anillos, bajo una interpretación alegórica. En otras palabras, leer estas obras no desde su especificidad estética, sino haciendo en ellas una lectura historicista o buscando en ellas paralelos socioculturales con nuestra propia realidad, principalmente basándose en la experiencia personal de Tolkien en la Primera Guerra Mundial, en sus visiones sobre la Segunda Guerra y en el análisis del conflicto de clases o los efectos de industralización. Concuerdo en que existen múltiples formas de acercarse a una obra literaria y que todas pueden ser válidas en la medida en que sean bien respaldadas teórica y argumentalmente. Sin embargo, y al margen que personalmente considere que esos estudios nunca han sido fundamentados más allá que en la urgencia de sus autores para sostener sus antojadizas convicciones a toda costa, me encuentro con que se aprecia un incomprensible desinterés en leer a Tolkien como lo que es: un autor de FANTASÍA. ¿Por qué? Se me ocurren unas cuantas razones, todas entrelazadas de alguna forma entre sí. Las enumeraré a continuación: 1-. ¿Fantasía? ¿Qué es eso? El desconocimiento generalizado hacia los rasgos constitutivos del género, tanto como esencia como estética literaria. 2-. ¿Pero no que Fantasía y Ciencia Ficción forman parte de la literatura fantástica? ¿Ah? La recurrente confusión entre Fantasía y Ciencia Ficción, las que a pesar de poder ser leídas y estudiadas en conjunto en una categoría mayor gracias a las características que comparten, presentan imaginarios que deben ser diferenciados. 3-. ¿Fantasía? Ah, esos best sellers juveniles. Yo sólo leo a [inserte nombre de escritor “enredado”, de esos que se hacen leer en la universidad y que le encantan a los académicos por razones que ni ellos entienden] El desinterés e ignorancia de académicos, principalmente en el ámbito hispánico, hacia la Fantasía como objeto de estudio desde la teoría literaria, acaso por la escasa calidad de las obras del género en español y por la predominancia estética y cultural de lo fantástico. 4-. ¿Fantasía? Bah, eso es para pendejos. Yo alucino con [inserte nombre de escritor de moda, probablemente publicado por Tusquets o Anagrama, o de escritor chileno cuya obra gira en torno a la dictadura y/o lo marginal] El desinterés e ignorancia de parte del lector snob/callejero, que ve la Fantasía como un género menor, que no se atreve a experimentar formalmente con las estructuras para adecuarse a lo posmo, ni entrega una visión comprometida político-sociocultralmente. En suma, podemos sintetizar estas razones en lo siguiente: las personas, en general, presentan una ignorancia tremenda hacia la Fantasía, lo que les hace anidar prejuicios hacia ella. La consecuencia de estos prejuicios provoca que, al verse enfrentadas de pronto a la lectura o comentario crítico de una obra del género, tengan que recurrir a interpretaciones que consideren más válidas. ¿La Fantasía es nos parece una cosa pendeja y escapista? Ya me imagino la reacción de algunos: «Entonces analicémosla desde un enfoque que demuestre que no es así, que tiene conexiones con nuestro mundo, perdón, con aquello que es más importante en nuestro mundo, las convenciones culturales, la política, la lucha de clases, las teorías de género y lo políticamente correcto. Si se ve un poco forzado, no importa; si a fin de cuentas un análisis literario aguanta cualquier cosa, ¿verdad? Teoría de la recepción, mijo': eso de que hay que considerar la orientación estética original del autor está out!». El problema de esta forma de pensar es que no sólo se trata de una falacia muy triste, sino también de una afrenta a la Fantasía. Y toda afrenta a la Fantasía, para mí, es una afrenta personal. Este es el motivo por el cual decidí escribir un texto que sirviera a la vez como una suerte de discreto homenaje personal a Tolkien y como un artículo que redimiera el vacío interpretativo chileno de su obra desde un punto de vista estrictamente literario, acaso el único realmente relevante. Por supuesto, y parafraseando desvergonzadamente al Profesor, este texto “grew in the telling”; así, de ser una simple columna se convirtió en un ensayo (no académico) de casi 6.000 palabras. Por sugerencia de mis amigos, y en consideración al habitual desinterés de los lectores virtuales de leer un texto relativamente extenso que exponga pensamiento crítico, he optado por dividirlo en dos partes. Por consiguiente, la primera parte de este ensayo se dedicará a demostrar, por un lado, que El Señor de los Anillos jamás tuvo intenciones alegóricas en su concepción por parte del propio Tolkien. Por otro lado, intentaré explicar por qué las lecturas alegóricas de esta historia, si bien legítimas, son completamente irrelevantes e insuficientes en sus aristas más habituales: las sociohistóricas y las religiosas. La segunda parte de este ensayo se abocará, en primer lugar, a diferenciar dos conceptos que analizó Tolkien y que aun hoy son lamentablemente confundidos al momento de estudiar sus obras: la alegoría y la aplicabilidad. En segundo lugar, me remitiré a aquellos aspectos que en principio Tolkien acuñó como parte de sus estudios sobre los cuentos de hadas, pero que podrían entenderse como parte de una poética literaria para la Fantasía como la reconocemos hoy. En último lugar, a partir de lo anterior, me dedicaré a explicar por qué todos estos factores son importantes para mí tanto como lectora como autora de Fantasía. De este modo, no queda sino comenzar con aquello que resultó ser uno de mis principales estímulos al momento de decidirme a escribir esto: mi desprecio por la lectura alegórica, sobre todo si se aplica a la Fantasía. Sobre todo si se aplica a Tolkien. Odiamoss la alegoría, mi preciosso… Sssí, la odiamosss... Yo odio la alegoría, y eso está bien; es mi lectura personal. Tolkien odia la alegoría también, mira qué coincidencia… ¿Y…? ¿Por qué sería importante considerar la visión personal del autor en torno a su propia obra? Es cierto que desde el momento en que ésta se escribe y publica ya no le pertenece sólo a quien la ha creado, entregándola libremente a la lectura del público interesado, que no tiene por qué coincidir en el sentido que le pueda asignar. Sin embargo, si consideramos que Tolkien no sólo es un escritor de Fantasía, sino también un académico, y en última instancia un lector sagaz y un autor con un proyecto creador de magnífica envergadura, creo que es conveniente prestarle atención a sus opiniones al respecto. A continuación expondré algunas citas del propio Tolkien en relación con la alegoría, extraídas de su prólogo a la segunda edición de El Señor de los Anillos. La traducción será personal, así que probablemente quede bastante tiesa; espero, no obstante, que baste para su comprensión: I should like to say something here with reference to the many opinions or guesses that I have received or have read concerning the motives and meaning of the tale. The prime motive was the desire of a tale-teller to try his hand at a really long story that would hold the attention of readers, amuse them, delight them, and at times maybeexcite them or deeply move them. As a guide I had only my own feelings for what is appealing or moving, (...). [Me gustaría decir algo aquí sobre las diversas opiniones o suposiciones que he recibido o leído respecto a los motivos y sentidos de la historia [El Señor de los Anillos]. El principal motivo fue el deseo de un narrador de probar su mano en una historia realmente larga que mantuviera la atención de los lectores, sorprendiéndolos, maravillándolos y a veces también entusiasmándolos o conmoviéndolos profundamente. Como referencia conté sólo con mis propios sentimientos respecto a lo que yo consideraba atractivo o conmovedor (…)]. Es decir, todas aquellas interpretaciones que afirman que Tolkien se habría inspirado en el contexto sociohistórico particular que estaba viviendo hacia la escritura de El Señor de los Anillos, no tienen ningún asidero ni sentido. Convengamos en admitir que todo autor, lo quiera o no, está influenciado de alguna forma por el contexto en el que le ha tocado vivir, pero esto no tiene nada que ver con la intención u ocurrencia misma de crear una historia. En pocas palabras, Tolkien mismo jamás se propuso abordar la contingencia sociohistórica a través de El Señor de los Anillos, sino "sólo" aspirar a una de las formas más nobles y paradójicamente más vapuleadas actualmente de la literatura: contar una buena historia. Alguien podría decir que quizá esto es válido al momento de verse poseído por el furor de inspiración inicial, pero que en el desarrollo, tal vez, Tolkien comenzó a preocuparse por dotar su "inocente" historia de mayor "densidad", entregando lo que se suele identificar graciosamente como "mensaje" literario. Pero nada más lejos de la realidad: As for any inner meaning or 'message', it has in the intention of the author none. It is neither allegorical nor topical. As the story grew it put down roots (into the past) and threw out unexpected branches (...). [Y en cuanto a cualquier significado interno o "mensaje", [la historia de El Señor de los Anillos] no tiene intención alguna del autor. No es ni alegórica ni versa sobre lugares comunes. Al crecer la historia, enterró raíces (al pasado) y liberó inesperadas ramificaciones.] Reitero (subráyese, anótese, archívese): LA HISTORIA DE EL SEÑOR DE LOS ANILLOS NO ES ALEGÓRICA… Al menos no desde el punto de vista de su propio autor al momento de crearla, ni se presta naturalmente a este tipo de interpretaciones. Es más: “I cordially dislike allegory in all its manifestations”. [Me desagrada profundamente la alegoría en todas sus expresiones]. Ante el caso de uno de los contextos particulares que Tolkien tuvo que vivir, principalmente el de la Segunda Guerra Mundial, el Profesor también tuvo algunas palabras que decir. Básicamente, que no existe ninguna relación entre este conflicto bélico y aquel que se sostiene entre Sauron y los habitantes de la Tierra Media, sobre todo porque la concepción de su historia fue anterior al estallido de la guerra. ¿Y qué pasa entonces con todos esos puntos de concomitancia que algunos se han esforzado tanto en exponer para tender un puente entre El Señor de los Anillos y los horrores de la guerra? Tolkien, que ya en su tiempo tuvo que lidiar con varias de esas interpretaciones, se dio el lujo de entregar argumentos de por qué este tipo de lecturas estaría incorrecto, al ser incapaz de sostenerse racionalmente. A grandes rasgos, el autor se basa en el supuesto paralelo entre la Guerra del Anillo y la Segunda Guerra Mundial para plantear la siguiente pregunta: si efectivamente existiera un correlato fidedigno entre ambos conflictos, ¿por qué no se usó el Anillo en contra de Sauron? Puesto que si nos atenemos a una lectura íntegramente alegórica, sin duda que el Anillo representaría la bomba atómica, ¿no? Como objeto de poder supremo que determinaría la victoria y derrota entre las facciones enfrentadas, por ejemplo. Y sin embargo, éste jamás se utiliza con esos propósitos. Es cierto que Frodo y Sam se lo calzan en más de una oportunidad, pero ante todo para salvar sus propias vidas y cumplir así con las misión de llevarlo a su destrucción. De hecho, aunque la ocurrencia de usar para fines defensivos al Anillo se presenta en algunos personajes como Boromir, la propuesta es inmediatamente descartada al asumir que se trata de un poder que no debiera ser empleado, ni siquiera por fines motivos bienintencionados. El propio Boromir da cuenta de hasta qué punto el efecto indirecto del Anillo puede perjudicar aun a personas de noble espíritu. En cuanto al efecto de aquél en los hobbits, se da a entender que su influencia es tal que prácticamente no es posible desentenderse del todo de ella, como lo demuestra el hecho de que Frodo parta de los Puertos Grises para no retornar más a la Tierra Media. Las razones anteriores permitirían confirmar que El Señor de los Anillos no tiene nada que ver con la Segunda Guerra Mundial, pero tampoco con algún otro conflicto bélico de nuestro mundo, pues no hay una correspondencia directa de aquellos aspectos que podrían considerarse fundamentales para vincular ambos contextos. Es más: lo que motiva la mayoría de estos son intereses políticos y económicos. En cambio, la pugna contra Sauron tiene más que ver con un enfrentamiento de naturaleza mítica que afecta todas las razas y naciones de la Tierra Media, amenazando, en última instancia, por completo dicho mundo. En ese caso, quizá podría plantearse que la obra está más cerca de lo religioso, pero una vez más se encontrarían reparos: ¿dónde estaría Dios o su equivalente divino en esta historia? Pues si leemos a Sauron como el diablo o como entidad maligna/oscura/etc., tendría que existir su contraparte, ¿verdad? Pues bien, la presencia de Ilúvatar como Creador es conocida ante todo por El Silmarillion, pero en El Señor de los Anillos no tiene un rol explícito. En realidad, son precisamente las criaturas "menores" las que tienen la responsabilidad de proteger su mundo, y curiosamente el peso recae principalmente sobre las mortales (seres humanos, enanos, hobbits). ¿Pero y entonces...? ¿Es que El Señor de los Anillos —y, por extensión, la Fantasía— no tiene asidero alguno a nuestra experiencia real? Por supuesto que no; claro que lo tiene. Es sólo que esta vinculación no se presenta a través de eventos contingentes o enmarcados en determinado periodo sociohistórico de nuestro mundo. ¡Al fin y al cabo, la Fantasía no existe! Sin embargo, justamente por esta razón, ésta va más allá de estas circunstancias particulares y se nutre y florece a partir de nuestra esencia como seres humanos y todos aquellos conflictos, inquietudes y desafíos que, como especie, hemos venido desarrollando sin respuesta absoluta desde nuestro origen, sin importar época, edad, sexo, cultura o cualquier otro condicionante similar. El Señor de los Anillos no es un correlato de la Segunda Guerra Mundial ni de ninguna otra, reitero, sino una expresión estética de lo que significa que tu mundo esté amenazado por una fuerza de poder inimaginable, que te haga experimentar el límite de lo que significa estar vivo. Todo cuando se dijo, proclamó o firmó en pos de la paz luego de la Primera Guerra Mundial fue una mentira que se reveló alrededor de 30 años después, con el estallido de la Segunda Guerra; todo parece indicar que no estamos demasiado lejos de una Tercera. Una obra de pretensiones alegóricas respecto a estos eventos tendría forzosamente que redundar en esta visión pesimista: el ser humano está condenado; aunque existan iniciativas que abogan sinceramente por la paz, son demasiado débiles o reducidas en su alcance como para crear un cambio significativo que nos salve. Ahora bien, ¿se destruye la Tierra Media? ¿Termina El Retorno del Rey con un lloriqueo nihilista ante la insoportable levedad del ser? Por supuesto que no. ¿Se trata su desenlace de un final feliz, en el que todos cantan y bailan y se restablece a la perfección el orden perturbado? Menos aún. Les recuerdo que Frodo asume que ya no podrá volver a la Comarca, sintiéndose desplazado como si ésta ya no le perteneciera, y que, junto a otros, debe partir desde los Puertos Grises rumbo a La Costa Más Lejana, parafraseando estéticamente a Le Guin. ¿De qué se trata entonces todo esto? En otras palabras, si El Señor de los Anillos, en su magnífica complejidad, desborda y hace insuficiente la lectura alegórica, ¿de qué forma sería más orgánico leerla en tanto obra literaria? ¿Significa algo que sea una obra de Fantasía? ¿Significa algo en términos estéticos? Desde luego que sí. Eso será el eje de la próxima entrada, intentar demostrar críticamente algo que debería ser, casi por dignidad lectora, el principal análisis para cualquier autor de Fantasía, y más aún para Tolkien: el literario. Referencias bibliográficas Tolkien, J. R. R. Foreword to the Second Edition. [Prólogo, 1966]. En The Lord of the Rings. Boston: Houghton Mifflin, 2012. SEGUNDA PARTE: SOBRE LOS COMPONENTES DE LA FANTASÍA En la entrada anterior, comencé la primera parte de un ensayo destinado a esbozar algunas claves de la importancia de J.R.R Tolkien como autor de Fantasía. La iniciativa surgió como respuesta ante mi molestia al constatar que los únicos artículos chilenos difundidos a propósito de los cuarenta años de su muerte eran textos que se centraban en aspectos biográficos o socioculturales en lugar de literarios. Ante el vacío interpretativo y el prejuicio e ignorancia evidentes que expresan la lectura de Fantasía en Chile, me animé a escribir un ensayo no académico y muy personal sobre quien es considerado el autor más relevante de ésta, y sobre la que es valorada como su obra más importante: El Señor de los Anillos. En la primera parte del ensayo me centré en la irrelevancia de las lecturas alegóricas hacia El Señor de los Anillos, no sólo porque estas interpretaciones no son literarias, sino también porque el propio Tolkien desmintió y refutó muchos de los argumentos más usuales esgrimidos para este tipo de visiones hacia su obra. Entre éstas, se citaron el supuesto paralelo entre la Guerra del Anillo y la Segunda Guerra Mundial o el presunto correlato religioso. En esta segunda parte, me centraré en la distinción de los conceptos de alegoría y aplicabilidad, analizando por qué Tolkien prefiere éste último, como debiera hacerlo todo Fantasista. A continuación, expondré algunos elementos citados por el autor en su ensayo Sobre los cuentos de hadas, interpretándolos como una suerte de poética fantástica. Finalmente, concluiré el ensayo en sus dos partes intentando explicar por qué todos los aspectos desarrollados anteriormente son importantes para mí como autora y lectora de Fantasía. De los grilletes del autor a la libertad creadora: alegoría y aplicabilidad Para empezar, entonces, conviene recordar el punto en que habíamos quedado en la primera parte: el sinsentido de la lectura alegórica en El Señor de los Anillos, en Tolkien, en la Fantasía. Si ésta es tan recurrente, lo natural es suponer que hay algo en ella que la hace destacar como la interpretación más válida para éste género... descontando, por supuesto, que quienes la hacen sepan tan poco de Fantasía o de literatura que no se les ocurra ninguna otra forma de aproximación pertinente. De modo que el primer cuestionamiento que surge es el siguiente: ¿por qué alguien pensaría que un enfoque alegórico podría enriquecer la lectura de la Fantasía? En relación con el aspecto alegórico, Tolkien la contrastaba con el concepto de aplicabilidad. Esto es de fundamental importancia no sólo para entender la obra del inglés, sino también para comprender la esencia de la Fantasía, de ahí que sea tan grave que algunos las confundan irresponsablemente. En palabras de Tolkien: I think that many confuse 'applicability' with 'allegory'; but the one resides in the freedom of the reader, and the other in the purposed domination of the author. [Creo que muchos confunden la "aplicabilidad" con la "alegoría"; pero la primera reside en la libertad del lector, y la otra en la intencionada dominación del autor.] ¿A qué se refiere el Profesor con esto? Pues a que la lectura alegórica (o alegoresis), por lo general, es válida sólo en la medida en que se busque interpretar el texto según una única lectura que su autor ha encubierto. Es decir, la alegoresis no lee una obra por lo que es en sí misma, sino por aquel sentido oculto (generalmente sociocultural, religioso o ideológico) que podría extraéserle tras negar la relevancia estética del sentido original. En esta entrada del Reino Peligroso puede leerse un breve pero contundente artículo que asimismo desestima y repudia la alegoresis en la Fantasía; su origen fue, precisamente, largas conversaciones que sostuve con su autor a propósitos de las mediocres columnas que algunos medios chilenos habían publicado sobre Tolkien. De estas amenas y furibundas charlas nació también su columna "Basta de lecturas biográficas de la obra de Tolkien", que es bastante explícita en su título como para glosarla aquí. Retomando la alegoría, intentaré explayarme un poco más. Suelo usar como ejemplo el acto de leer el enfrentamiento de un héroe contra el dragón no como un enfrentamiento entre un hombre y una criatura fantástica, con todo lo que ello implica (una lucha compleja, quizá tanto física como de ingenio), sino como una representación del enfrentamiento de este hombre con sus propios temores. En este caso, el dragón es anulado en su naturaleza fantástica —y aun como personaje—, para convertirse en una concreción de los miedos del héroe. Se tiende a pensar que este tipo de interpretaciones enriquecen la experiencia de lectura de una obra, pero estoy en desacuerdo. Creo que, sobre todo en Fantasía, terminarían extraviando una de las especificidades esenciales de ésta: la creación coherente de un mundo autónomo imposible. Si un dragón no se lee como un dragón, ¿para qué escribirlo como tal en primer lugar? ¿Por qué no desarrollar desde un principio los temores del protagonista a partir de otros aspectos? Si esto es lo único que nos importa, ¿para qué escribir Fantasía? Porque en Fantasía, un dragón sin duda despierta temores atávicos que nadie más que él podría despertar. Pero, por lo mismo, se trasciende el temor básico e instintivo hacia lo desconocido o lo salvaje. Un dragón es una criatura fascinante, que no tiene nada que ver con ninguna bestia similar de nuestro mundo. Y sin embargo, lo que algo así podría provocarnos potencia al máximo lo que podríamos entender por "fascinación", "miedo" o cualquier otra sensación de sobrecogimiento. Y esto es algo que sólo puede alcanzarse a través de la Fantasía bien escrita. Lo anterior nos remite a la aplicabilidad. Si en la alegoría el autor pretendería que el lector encontrara sus pistas textuales y llegara a la interpretación que él esperaría, la aplicabilidad le da plena libertad al lector para que lea e interprete como quiera la obra... Pero con algunos alcances. En otras palabras, la aplicabilidad en la Fantasía se trataría de apropiarse de la obra, pero así como la entiendo yo, siempre y cuando se haga de este sentido asignado algo personal y sincero, algo que tenga que ver con la propia experiencia humana de cada cual y no con imposiciones externas o tendencias interpretativas en boga. Es decir, no leer a la Fantasía como una cubierta que debe ser removida o decodificada para llegar a la verdadera pulpa, sino concebirla y disfrutarla como lo que es en sí misma. Leer en ella, insisto, lo que queramos leer. ¿Y queremos en verdad limitar la maravilla de los devenires de la Tierra Media y sus habitantes a una larga metáfora religiosa, social o política? ¿No tenemos ya bastantes obras que desarrollan de manera explícita estas aristas y que son a su modo trabajos geniales? Lo anterior me lleva a volver al cuestionamiento inicial: preguntarme en qué piensan las personas que intentan analizar El Señor de los Anillos o cualquier novela de Fantasía en términos alegóricos, o bien, al momento de considerar válidos u óptimos estos enfoques. A veces tiendo a pensar que, más allá de no alcanzar contemplar estas posibilidades ya desarrolladas, tienen miedo de reconocer que una historia de Fantasía los ha divertido y les ha hecho más sentido que el Ulises o la parte de los críticos de 2666. O, quizá, que efectivamente el alcance social, político o religioso es lo que le da espesor de trascendencia a una obra, si es que no se concibe a estos como lo más relevante en una sociedad como la nuestra. Discrepo totalmente. Todo cuanto es de principal interés actual —política, cultura, sociedad, género— es subordinado a algo mayor: la humanidad. A causa de que se ha ido perdiendo la naturaleza de tal, con todo lo que ello implica, es que se han llegado a todo tipo de conflictos políticos, sociales, de género, de los cuales la Primera Guerra Mundial sería un ejemplo más. Ahora bien, la interrogante se desplazaría a lo siguiente: ¿qué es lo que hace que las obras de Fantasía en general, y El Señor de los Anillos de Tolkien en particular, manifestaciones artísticas que logran ser prácticamente atingentes y universales en su expresión estética? La Fantasía no es real, sino verdadera Como uno de sus más grandes exponentes, Tolkien no sólo sentó las bases estéticas de lo que hoy se entiende, a muy grandes rasgos, como Fantasía, sino que también fue uno de los más relevantes teóricos y críticos de ésta, con una rigurosidad académica extraordinaria, la que sin embargo no es falsa y pretenciosa como se entiende a la academia en nuestro país. Al margen de su interés por los orígenes lingüísticos de la poesía anglosajona, a mi juicio Tolkien fue uno de los primeros autores en crear una poética consistente para sus propias creaciones literarias, si bien indirecta, en el famoso ensayo On Fairy Stories (Sobre los cuentos de hadas). En éste, el autor se dedica a analizar los cuentos de hadas como lector antes que como académico, pero en el trayecto hace muchísimo más de lo que sólo se enuncia en la aparente superficie. Entre estos méritos a los que aludo, considero de suma importancia una embrionaria definición de mundo secundario y aquello que podríamos considerar a estas alturas como los cuatro componentes esenciales no ya sólo de los cuentos de hadas, sino de la Fantasía propiamente tal: la evasión, la renovación, el consuelo y la eucatástrofe. Todos estos, a su modo, derrumban con vehemencia la mayor parte de los prejuicios adosados a la Fantasía a lo largo del tiempo, ya sea por la ya recurrente ignorancia en la que he insistido o por la reciente proliferación de obras fantásticas de espantosa calidad artística. A decir verdad, hay que aclarar que estos componentes no están presentes en el ensayo de Tolkien para desafiar determinada concepción sobre la Fantasía. De hecho, originalmente ni siquiera se presentan como componente esenciales para ésta, pues el autor considera el término “fantasy” como “elvish craft”, vale decir, como la capacidad misma para crear un mundo autónomo. Sí, exacto: no como un sugbénero literario, sino como una manifestación inherente al ser humano. Para fines de este texto, sin embargo, se considerará válido retomar estos componentes —inicialmente planteados en tanto valores propios de los verdaderos cuentos de hadas— como propiedades de la Fantasía, ya que son plenamente coherentes con la visión e imaginario de las obras más relevantes y sinceras de ésta. Me gusta pensar en ellos casi como una progresión: en principio, la Fantasía nos permite evadirnos temporalmente de nuestra realidad más inmediata, es cierto, pero no para escapar como cobardes o inmaduros, como suele pensarse. Tolkien emplea en su ensayo un símil con la figura de un prisionero: ¿llamaríamos cobarde a quien anhela alcanzar —o si quiera rozar— por unos instantes los verdaderos horizontes de la existencia humana, más allá de sus limitaciones terrenales? Creo que lo verdaderamente cobarde es negar que nuestra existencia sea algo más allá de lo que percibimos con nuestros sentidos… o considerar que este tipo de convicciones se restrinja exclusivamente a una creencia religiosa o espiritual. Personalmente, siento que esto tiene que ver con la facultad humana de crear y de proyectar a través de su imaginación un universo distinto, casi primigenio, en donde las palabras sean las cosas, donde cada color, fragancia, sonido y textura se sientan como si fueran la primera vez en que se perciben; donde las alegrías, las penas y las pasiones se abran como flores o estallen como frutas maduras; ¡donde todo —¡todo!— sea importante…! Lo anterior nos lleva a la renovación: acostumbrados a la decadencia de nuestra cotidianidad, la Fantasía nos permite entrever una experiencia de vida distinta que podemos traer de vuelta para intentar devolverle a aquélla el estado que alguna vez debió —o debería— tener. Porque la Fantasía es, esencialmente, la historia de una ida y una vuelta; no es escapismo ni ornamento: es entrar en contacto con una realidad diferente a la conocida, una a la que no podríamos acceder por otros medios, e intentar traspasar esa visión prístina a nuestro contexto original, procurando hacer algo distinto de él, algo… consecuente, sincero, esperanzador. Pero, desde luego, no puede haber esperanza sin un quiebre importante. ¿Cuál es la pena que la Fantasía consuela? Pues la de asumir que a pesar de nuestras naturales limitaciones humanas, siempre nos quedará la Fantasía como alternativa para detenernos un momento, cerrar los ojos, y abrirlos con una mirada distinta para aquella misma visión anquilosada. Y es que la Fantasía, a mi juicio, es prácticamente la única expresión redentora real. Esto es la eucatástrofe: una experiencia que surge a partir de una pérdida, desgracia o pena inenarrable cuyo recuerdo renovado, no obstante, puede conducir a la liberación del espíritu. En última instancia, a la negación absoluta de la condena y el nihilismo, a los que se es tan fácil llegar por debilidad, y a la aceptación de una posibilidad de salvación que no niega la tragedia, pero que se sostiene en una esperanza que acaso sea lo único verdadero de nuestra existencia como hombres y mujeres errantes en un mundo como éste. Debo confesar que, de un tiempo a esta parte, me he sentido incómoda ante la recurrencia con la que vuelvo sobre estos componentes para referirme al imaginario y visiones de la Fantasía como expresión literaria y forma de vida. En ese sentido, he terminado llevando a cabo análisis de algunas obras para demostrar por qué éstas sí son dignas de ser llamadas historias de Fantasía, en contraste con esos textos fantasiosos que tan en boga están hoy en día y que se presentan como la única manifestación posible para el género. Salvando las naturales distancias, a veces me he preguntado si no estaré actuando como aquellos que emplean, por ejemplo, el monomito de Campbell como modelo de análisis (práctica que desprecio). Pero entonces, cuando veo a mi alrededor y me encuentro una vez más con la ignorancia, el prejuicio y la mediocridad en torno a la Fantasía, empiezo a aceptar al fin que mis intenciones, aunque pretenciosas en la superficie, son comprensibles. No pretendo hacer un análisis superficial de una obra de Fantasía, uno que me permita zafar de un deber académico o ser publicada en un sitio cualquiera de literatura. Si vuelvo una y mil veces a estos conceptos es porque la primera vez que los leí en me impactaron muchísimo como lectora. Por entonces, ya llevaba un buen tiempo como fantasista redimida, y tenía ya mis propias visiones y concepciones sobre el género. Sin embargo, comprender de pronto que prácticamente todo cuanto pensabas o sentías al respecto estaba explicado de una manera tan profunda, sincera y elegante como lo había hecho Tolkien hacía tanto tiempo, fue casi una revelación. En esos momentos sentí lo que sólo mis obras ficcionales favoritas me habían causado: Este hombre me entiende. Este hombre, que ya no existe en este mundo y de quien sólo quedan sus mundos y sus palabras: este hombre pensaba y sentía como yo, pensaba y sentía como yo respecto a aquello que es el sentido de mi vida. Cuando más tarde leí algunos fragmentos de Los monstruos y los xríticos o del “Prólogo a la Segunda Edición” completa de El Señor de los Anillos, la revelación se expandió aún más: este hombre intentó luchar de la misma forma en la que yo me siento luchar ahora contra aquellos que, en su incomprensión y desinterés absolutos por la Fantasía, insisten en afrentarla de las maneras más cobardes posibles. Emoción y furia: es imposible no ser un poco fëanoriano cuando sólo tienes veinticinco años… y eres una mujer. People who deny the existence of dragons… ¿Y por qué me importa tanto preservar aquello que estimo la esencia de la Fantasía? En otras palabras, ¿qué es lo que lo hace relevante para mi vida y mi estética personal como autora? Pues siento que la Fantasía salvó mi vida, desde un punto de vista tan prosaico como permitirme sobrellevar con entereza mis días juveniles hasta encontrar un sentido y visión tremendamente personales ante la existencia. En tanto autora, la Fantasía me entregó las historias más memorables que he conocido, aquellas que cambiaron mi vida como lectora, niña y mujer; el hecho de decidir escribirlas yo también nace así tanto para rendirles tributo y agradecerles como por el deseo de llegar a crear algo tan significativo para otros como aquéllas lo fueron para mí. Tengo la impresión de que otro de los factores por los que no se llevan a cabo análisis literarios o aun visiones apasionadas en Chile de las obras de Tolkien o de las obras de Fantasía en general, es porque a muy poca gente importaron e importan hoy en día de una manera realmente personal y significativa. ¿Y qué sería de la Fantasía si no puede ser vivida como una experiencia personal y significativa en el imaginario de cada lector? La realidad, sus enigmas y desvaríos están siempre presentes en nuestras vidas, de una forma u otra, pero la Fantasía sólo puede existir en la medida en que la creemos… y creamos en ella. Y esa convicción, esa esperanza, es algo que no tiene nada que ver con ejercicios académicos mediocres o lecturas superficiales que se abandonen u olviden a los pocos años. De una manera similar a Tolkien, cada vez estoy más convencida de que la Fantasía no es tanto un subgénero narrativo temático con determinadas características como algo que trasciende incluso nociones literarias de este tipo. Para mí, la Fantasía es prácticamente una forma de vida, algo por lo que vivir y, sin duda, por lo que morir. No podría pensar en ella como una excusa para creerme la “heredera de Tolkien” o “la Le Guin chilena” porque me importan demasiado las historias que pueda contar del Reino Peligroso, Faërie o Elfland como para anteponerles una proyección falsa y ególatra de mí misma como autora joven e inexperta. Pero el ego, por supuesto, siempre estará presente. Una de sus expresiones podría considerarse, por cierto, la redacción de este texto. ¿Quién soy yo para desestimar otras visiones en torno a la Fantasía? Pues alguien para quien ésta no es sólo su pasión, sino uno de los pilares de su vida. Simplemente, no puedo soportar que, existiendo tantas posibilidades de lectura, los análisis se sigan centrando en unos cuantos aspectos reiterativos mal encauzados, que poco y nada logran discutir en torno a la Fantasía propiamente tal. En realidad, ni siquiera merecerían ser considerados “visiones en torno a la Fantasía”, porque simplemente la desprecian, ignoran o anulan. Aun así, estos intentos truncos de análisis pueden ser aceptables a su manera, desde luego, pero se hacen insuficientes al momento de centrarse en todo el potencial estético de la Fantasía. A mí no me importan los alcances que pueda tener El Señor de los Anillos con algún conflicto o elemento específico de nuestro mundo, sino las experiencias universales y atemporales que en su aplicabilidad puedan ser válidas para cualquiera de nosotros, para cualquier evento de nuestra vida personal. Al respecto, siento que es parte de mi responsabilidad como lectora y Fantasista escribir aquel análisis u homenaje que considero estos autores, y sobre todo el propio Tolkien, se merecen por los mundos que lograron crear y por el efecto que estos tuvieron en la humanidad. Por el efecto que estos tuvieron en mí. Porque acaso una de las expresiones más perdonables de mi ego como lectora y autores es el deseo sincero y encendido de lograr, algún día, concebir una obra digna de dialogar con aquellas que tanto me han emocionado y conmovido. A la espera de ese momento, si es que llega, no puedo sino entregarme a la defensa de esos universos que tanto significan para mí y que son el pilar de los míos. Sin alegorías, sin excusas baratas, sin cobardías: yo creo en los dragones y no voy a permitir que me devoren desde adentro, ni menos a aquellos mundos a los que me he consagrado, así tenga que seguir arrojándole palabras a gente que no sabe leer. Porque yo creo en la Fantasía y la amo, Profesor, y en gran parte debido a usted y lo que hizo con ella, desde ella, por ella. Por ello, sólo puedo decirle, antes de que vaya a su encuentro desde los Puertos Grises, una sola cosa: Gracias. Los comentarios están cerrados.
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AutoraPaula Rivera DonosoSi alguno de estos textos te es de utilidad, ¡recuerda citarme en tu bibliografía! También puedes hacer una donación en el botón de abajo. Muchas gracias~
Artículos sobre FantasíaEsta es una selección de artículos que he escrito sobre Fantasía. Son de tres tipos: reseñas, columnas y conceptos. Para textos académicos, consultar aquí. ContenidosÍndice de artículos aquí. CategoríasArchivos202220162015 |