Reseña de La invención de Hugo Cabret, de Brian Selznick, como una obra LIJ que aúna texto e ilustración para contar una historia de redención y reencuentros. Hugo Cabret es un niño de doce años que vive solo tras los muros de una estación ferroviaria del París de 1931 tras perder a su padre, hábil relojero, y a su tío, un borracho abusivo, en sendos accidentes. Aprovechando que ha heredado el talento de papá con los relojes, Hugo se encarga de mantener en pleno funcionamiento los de la estación para así dar la impresión de que su tío sigue cumpliendo sus labores y de esta forma evitar que los adultos lo sorprendan. Y es que Hugo tiene un secreto: un autómata, un aparato mecánico de aspecto humano que se ha convertido en el único legado que su padre le dejara. En su aventura para hacerlo funcionar otra vez, Hugo terminará encontrándose más enemigos y aliados de lo que un niño solitario esperaría. Pero, ante todo, terminará cruzando su camino con el secreto de otra persona… una que ha esperado tanto o más que el propio autómata para volver a moverse. Publicada en 2007 y difundida masivamente gracias a su estupenda adaptación fílmica del 2011, La invención de Hugo Cabret (Ediciones SM, 2007) es una obra usualmente valorada por sus méritos más vistosos, pero no por aquellos que, a fin de cuentas, la sostienen como un referente a considerar, tanto de la Literatura Infantil y Juvenil como de la Fantasía en su acepción más metaliteraria. Sin embargo, es fácil extraviarse en la superficie, pues la obra cuenta con una edición hispana magnífica, de tapa dura, sobrecubierta y una elegante presentación monocromática que combina de excelente manera la sobriedad del texto enmarcado y de las ilustraciones a grafito. ¿Se trata entonces de otro libro álbum o de otra novela ilustrada tradicional? Pues no: esta obra aúna elementos de ambos géneros y los reelabora de una manera que no resulta sorprendente por sí misma, pero sí por la fluidez y el gran uso que se hace de estos recursos para contar de la mejor forma una historia tan conmovedora como ésta. Básicamente, ilustración y texto se complementan, pero no para reforzar uno y otro, como es habitual en las obras ilustradas para niños, sino para continuar la narración. En otras palabras, ilustración y texto se relevan unas otras cuando aquello que se intenta contar sólo puede hallar su voz en imágenes o en palabras. Es así como la narración verbal nos permite, por ejemplo, acceder a los sentimientos y pasado de los personajes, mientras que la narración visual se encarga de mostrarnos la expresión concreta de estas emociones y estos pasados en los rostros mismos de los personajes, junto con construir el entorno parisiense de época, de reminiscencias steampunk que la película homónima supo destacar muy bien. Las ilustraciones remarcan también, y de manera progresiva, el vínculo de esta historia con uno de sus principales ejes temáticos. En un principio imitando planos cinematográficos, con una preferencia por los primeros planos, para posteriormente llegar a introducir fotogramas reales de películas clásicas, poco a poco la obra va adentrándose hacia esa otra historia con la que Hugo se entrecruza, y a la que el texto va aproximándose en numerosas alusiones en los recuerdos y experiencias de los protagonista: la historia del cine. Y es en este punto, a la vez, en donde conviene detenerse un momento, tal y como se anuncia al final de la primera parte, cuando Hugo logra descubrir el secreto del autómata, sólo para ver cómo uno nuevo se abre ante él: «En este punto se cierra el telón y la historia, y aparece un fundido en negro. Pero también comienza un nuevo relato. Porque todas las historias llevan a otras. Y esta nos lleva muy lejos, tan lejos como la luna» (255). Se ha mencionado mucho de esta obra el hecho de que se centre en la difusión de los primeros hitos del cine y que tenga como uno de sus protagonistas, en un trabajo de ficción conmovedor, nada menos que al famoso cineasta George Méliès, todo para abordar una temática escasa en las obras LIJ y que es contada de una manera muy amena y al mismo tiempo desafiante. Sin embargo, lo verdaderamente relevante de este rescate de la tradición cinematográfica es su énfasis en su componente más fantástico. Es decir, concebir el cine no sólo como una representación ficcional de la realidad, sino como una posibilidad de contemplar en vigilia el fascinante mundo de los sueños y suspender toda incredulidad, efecto que sin duda debe haberse logrado mucho mejor en el público de esa época que en el actual, acostumbrado a la parafernalia de artificios tecnológicos incapaces de contar una historia sincera. Porque Méliès, como Hugo descubre, es un contador de historias: un mago. Aunque en la obra se explicita que el término se refiere ante todo a la prestidigitación, es imposible no leer entre líneas —y entre imágenes— que en el fondo se está aludiendo a una magia completamente distinta, una que trasciende el truco de manos o la técnica: una magia real . De esa magia que, en su manifestación artística y creativa, es capaz de tender sutiles redes entre las personas más insospechadas y moverlas para que a su vez éstas puedan encontrar su propio lugar en el mundo y así enmendar sus dolores. Los dos protagonistas, Hugo y Méliès, están rotos por dentro. Hugo está solo en el mundo y la dura vida que ha tenido que llevar le ha enseñado a no confiar en nadie. Las ilustraciones del autor retratan con gran acierto la tristeza contenida en su mirada, pero también su curiosidad al hacerse amigo de la chispeante Isabelle y su asombro ante la primera película que ve en su compañía. Méliès, por su parte, ha abandonado y abjurado de su destino debido a la tragedia que rondó su pasado, y tampoco parece confiar en nadie, menos en alguien que de una forma u otra le recuerda a esos días felices que decidió clausurar. Tal y como lo menciona Hugo en un momento, las personas, al igual que las máquinas, se rompen al no poder cumplir con su propósito de existencia, y sin embargo es precisamente esta semejanza la que hace pensar que también pueden repararse (374). «Me gusta imaginar que el mundo es un enorme mecanismo» (378), reflexiona el niño, y así precisamente se lee esta obra. Una historia cuyo mecanismo está compuesto de muchas historias: la de un pequeño huérfano en busca de algo que ni él sabe muy bien qué es, la de un misterio ramificado en innumerables engranajes en movimiento, la de un hombre que ha tenido que encerrar su destino y su corazón, y la de los primeros hitos del cine fantástico. Pero, principalmente, esta es la historia de cómo el arte es capaz de sanar las heridas de la vida y brindar esperanzas más allá de toda renuncia, siempre y cuando aquellos que fueron alcanzados por sus redes luchen para hacérnoslo recordar. En otras palabras, la esencia de la Fantasía. * Esta entrada fue publicada originalmente en Fantasía Austral en abril de 2013.
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AutoraPaula Rivera DonosoSi alguno de estos textos te es de utilidad, ¡recuerda citarme en tu bibliografía! También puedes hacer una donación en el botón de abajo. Muchas gracias~
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