Una reflexión en torno a la bondad y la esperanza como señas de la Fantasía y el rechazo que estos elementos ético-estéticos provoca en los detractores acéfalos de esta literatura. De buenas a primeras, pensar en un posible miedo a la Fantasía parece extraño o, cuando menos, obsoleto. Pocas cosas parecen estar más en boga hoy en día —y desde distintas disciplinas, además— que uno de sus aspectos esenciales: el poder de la imaginación para construir mundos que permitan reconsiderar nuestra propia realidad. Sin embargo, aun cuando el discurso al respecto suela ser positivo, su superficialidad sólo consigue hacer más evidente una mirada bastante más cerrada de otros aspectos no menos relevantes para la Fantasía, llegando incluso a censurarlos, anularlos o ridiculizarlos. En esta serie de columnas breves me dedicaré a analizar algunos, intentando encontrar respuestas al rechazo que muchas personas parecen dedicarles. En esta oportunidad, empezaremos con una pregunta bastante explícita: ¿se han dado cuenta de los anticuerpos que en la sociedad generan expresiones positivas o esperanzadoras en torno a la humanidad? Nos encontramos de pronto revisando nuestros propios discursos, a ver si no se nos ha escapado una palabra cursi o intelectual o políticamente incorrecta como corazón, amor, espiritualidad o ética. Basta con que nombres alguna de ellas para que se incrementen las posibilidades de que alguien te tache de moralista, amante de la autoayuda, canuto, fundamentalista o,(incluso) imbécil, aunque las emplees en un discurso claro, coherente y bien argumentado. Lo que hoy se entiende y valora popularmente como Fantasía parece haber recogido buena parte de ese razonamiento, intentando apartarse todo lo posible de las visiones redentoras de aquellas obras clásicas escritas por autores que pretendemos releer y difundir a través de Orbis Alia. ¿Cuántas veces no habremos ya oído expresiones como “esta novela presenta un mundo mucho más realista, apartado de la dicotomía malos vs buenos propia de las historias fantásticas”? O bien: “esta novela abandona la ingenuidad adolescente de los mundos de Tolkien para abordar temas más adultos y necesarios: sexo, violencia explícita, política”. En otras palabras, la sociedad parece haber traspasado a la literatura fantástica de moda una extraña conexión entre la concepción de lo ético y la bondad como categorías propias de gente inculta e idiota con una obsesión por los aspectos más negativos de la realidad y los más superficiales de la adultez. Y sí, estoy aludiendo principalmente a la recepción popular de Juego de Tronos, la vistosa serie de televisión que atrajo un perfil de público muy peculiar al amplio terreno de la literatura fantástica y que, extrañamente otra vez, le hizo creer que podía tener la autoridad para criticar la Fantasía como si en verdad la hubiera leído o entendido. Sin embargo, creo que la referencia podría extenderse a otras obras similares al trabajo literario de G.R.R Martin y, sobre todo, al propio discurso que muchas personas ahora alzan contra la Fantasía desde sus referentes canónicos. Es partir de estas alharacas (porque no dan para mucho más, la verdad) que es posible plantear que, en realidad, la defensa de la imaginación, desde este ángulo particular, no es más que una fachada políticamente correcta. En una columna personal en que me dedicaba a criticar la obsesión por buscar siempre una mirada contingente, socialmente comprometida o política en la Fantasía, me preguntaba por qué estas concepciones se valoran tanto y por qué al destacarlas se les suele denominar “adultas” (o sea, socialmente validadas). Creo que eso se debe a que la sociedad siente un miedo paradójicamente irracional hacia la bondad y la esperanza, dos aspectos esenciales de la Fantasía. Es mucho más sencillo asumir que todo está irremediablemente perdido en este mundo y que, al final, ninguno de nosotros vale demasiado. Que nunca podremos hacer algo real para eliminar grandes horrores como el abuso sexual o la destrucción de la naturaleza, o que nuestra existencia no tiene ningún sentido y ninguna responsabilidad. Sin embargo, recuerdo con especial fuerza estas palabras del poeta chileno Jorge Teillier: “Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias”. Creo que la Fantasía va incluso más allá de la sobrevivencia: nos entrega una esperanza para hacer de esa belleza de otros mundos algo que podamos traer, de alguna forma muy concreta, a las experiencias del nuestro. Y en eso no veo nada de “infantil” o “poco real”, según se entiende comúnmente al momento de despotricar en contra de estas visiones positivas. Del mismo modo, no veo nada “adulto” en la sexualización de todo; nada “real” en la exacerbación de la banalidad, según mi propio entendimiento. De la infancia rescato la osadía contra las normas rígidas y la fuerza de la imaginación y el juego desatados; de la adultez, la madurez para asumir las consecuencias de los propios actos. De lo real no sé bien qué rescatar, porque intentar definir qué es lo que podríamos entender todos por el término, a manera de consenso, sería muy arduo. Prefiero quedarme con el concepto de verdad, que cruza (y conecta) lo que identificamos por realidad con la propia Fantasía, y que tiene mucho más que ver con la búsqueda del sentido de la existencia que con la pornografía o la política, por ejemplo. Hago estos alcances porque estoy convencida de que cuesta mucho más esforzarse por hacer el bien, buscar algo parecido a la alegría o creer que podemos hacer de nuestra existencia algo pleno del sentido que elijamos que hundirse en el nihilismo o el cinismo, rodeado de [inserte nombre de alcohol, droga o adicción favorita]. En parte porque elegir lo primero supone ponerse en verdadero movimiento para generar un cambio individual en nosotros y en la gente que amamos o que deseamos amar, y que, ojo, no tiene por qué asociarse a las grandes luchas sociales. No hablo aquí de arengas, panfletos o peñascos dirigidos a una multitud opresiva más o menos abstracta, sino a algo ante lo que incluso los grupos más revolucionarios ariscan la nariz: la voluntad de creer en las hadas, por ejemplo, y hacer feliz a un niño con una historia verdadera sobre ellas. Quiero creer que un adulto que conserva sinceramente en su interior su fe por las hadas tendrá las fuerzas para luchar por un mundo mejor desde su propia experiencia y, de paso, para redimir y reformular los conceptos de “infantil” y “adulto”. En este punto soy víctima de mis propias aprensiones al inicio de esta columna: ¿no habré exagerado con la comparación? ¿No vendrá un lector a insultarme por haber osado a insinuar que idealistas y Fantasistas pelean por cosas similares en su esencia, pero desde frentes e imaginarios muy distintos? ¿O que creer en las hadas es también un acto subversivo en tiempos como estos? Pero sin duda se trata de un temor muy menor frente al que pueda experimentar quien pudiese sentirse ofendido o molesto por una idea semejante. De ahí que haya elegido un concepto como el de fobia: ese miedo irracional puede desembocar en rabia u odio ante algo que no se comprende o que no se quiere siquiera intentar comprender. Ante una situación como esa, frente a lo desconocido, se opta por una actitud defensiva e insolente para protegerse de aquello que se intuye como amenaza, recurriendo entonces a las medidas que señalé al principio de este texto: ridiculización, censura o indiferencia sistemática. Las dos últimas corresponderán a la anulación, boicot o escasa difusión de las ideas, visiones, interpretaciones u obras que se consideren peligrosas. La primera, sin embargo, es especialmente pertinente para esta fobia particular hacia los valores que expresa y representa la verdadera Fantasía y que aquí se han enunciado, porque muchas veces implica retorcer los sentidos originales de las cosas. No hablamos de valores, sino de moralinas y moralejas; no hablamos de espiritualidad, sino de ceguera religiosa; no hablamos de la Fantasía como expresión ética y estética, sino de una moda juvenil escapista y formulaica. No hablo yo de aquello que me salvó la vida y que le dio un sentido a mi existencia, sino de una obsesión enfermiza y monotemática. Madeleine L’Engle, reconocida autora infantil de Fantasía y ciencia-ficción juvenil, señalaba al respecto: “Encontramos lo que buscamos. Si buscamos vida, amor, apertura y crecimiento, seguramente los encontraremos. Si buscamos brujería y maldad, probablemente también los encontremos, y puede que nos veamos arrastrados por eso”. L’Engle se refería específicamente a las lecturas torcidas que lectores ultra-religiosos habían hecho de su obra Una arruga en el tiempo, siendo que, paradójicamente, ella pertenecía a la Iglesia Episcopal y que su historia estaba narrada desde una espiritualidad tan natural para el lector infantil como la de C.S Lewis en Las Crónicas de Narnia. Este ejemplo demuestra que la gente siempre estará muy dispuesta a retorcer, ridiculizar y malinterpretar a propósito aquello a lo que teme o que no le conviene, sobre todo si esto se trata de algo tan íntimo y urgente para nuestra sociedad como la esperanza de la bondad. Si nos volvemos hacia lo que en Orbis Alia reconocemos como Fantasía, tanto a partir de estudios como de los propios pensamientos críticos de sus autores y sus propias obras, podremos darnos cuenta de que uno de sus puntos en común es, precisamente, una visión positiva de la existencia humana. Una que, por cierto, no reniega en lo absoluto de lo negativo ni lo doloroso. Insisto en lo facilista que puede resultar para algunos pensar que la bondad es algo que surge y se expresa en un mundo de cartón, en lugar de pensar un poco más y entender que su existencia se debe a la presencia de la maldad, siendo ésta algo más cercano a una fuerza de voluntad interna y propia de todo ser vivo antes que una caricaturización bajo la forma de un villano bigotudo de capa negra, por ejemplo. Por otra parte, ¿cómo podríamos entender el sentido de la esperanza si no hubiera nada realmente que esperar? Y basta con leer cualquier obra fundamental de la Fantasía para ver que su historia, seguramente, será una vívida expresión de la esperanza en alguna de sus múltiples manifestaciones. Si los lectores se atreven a superar la cobardía e ir más allá de la lectura superficial y contingente, buscando además el pensamiento y visión de sus autores ante la vida, se encontrarán con mundos quebrados, palabras de magia entrecortada y personajes heridos que, sin embargo, se esforzarán por recomponer lazos y alzar una voz inquebrantable para contar lo que debe ser contado. Y, probablemente, estos lectores terminarán encontrándose también con que esos mundos, esas palabras y esos personajes son reflejos de lo que ellos conocen de sus propias vidas. Claro, quizá nosotros no podamos conjurar magia (¿no podemos?) en la realidad que conocemos, pero los efectos de aquella que acabamos de leer sin duda traspasarán las páginas del libro… Si tan sólo permitimos que eso pase. Si tan sólo, parafraseando a Madeleine L’Engle, tenemos el coraje de buscar en la Fantasía historias que puedan cambiar positivamente nuestra vida. * Este texto se publicó originalmente en Orbis Alia. Los comentarios están cerrados.
|
AutoraPaula Rivera DonosoSi alguno de estos textos te es de utilidad, ¡recuerda citarme en tu bibliografía! También puedes hacer una donación en el botón de abajo. Muchas gracias~
Artículos sobre FantasíaEsta es una selección de artículos que he escrito sobre Fantasía. Son de tres tipos: reseñas, columnas y conceptos. Para textos académicos, consultar aquí. ContenidosÍndice de artículos aquí. CategoríasArchivos202220162015 |