Sobre la iniciativa #ReadWomen 2014 y su importancia para incentivar la lectura de autoras invisibilizadas históricamente por sesgos machistas, sobre todo de aquellas que abordaron la literatura de imaginación. I. Las escritoras invisibles Entre las campañas lectoras independientes que surgieron a modo de desafíos a través de las redes sociales, destacó con especial relevancia #ReadWomen2014. Esta iniciativa, originada por Joanna Walsh en principio como una serie de tarjetas ilustradas con escritoras de su preferencia, colocó en el debate masivo la necesidad de abrir espacio en nuestras bibliotecas, librerías, estudios y lecturas a obras escritas por mujeres. A pesar de la excelente recepción que tuvo esta campaña a lo largo de todo el año, se hace conveniente preguntarse críticamente a uno mismo por qué estas iniciativas son necesarias aún en nuestra sociedad. En otras palabras, si hacemos una campaña específicamente orientada al (re)descubrimiento de la literatura escrita por mujeres, ¿no querrá decir que todavía no hemos superado el afán de censura e invisibilización hacia las escritoras y sus historias o trabajos literarios en general? Lamentablemente, la respuesta parece ser afirmativa: así es, no hemos superado esto, al menos no como debiéramos. De lo contrario, #ReadWomen2014 no habría tenido que existir. A nadie se le podría haber ocurrido un #ReadMen2014, porque es un hecho que cada persona que tenga una biblioteca y se considere a sí mismo lector o lectora habrá leído al menos a un escritor varón cada año. Es la obviedad de esta situación, que resulta mucho menos extraña aplicada a las mujeres, el verdadero problema. Y es que es fácil malinterpretar una idea como ésta como una suerte de discriminación positiva o una estrategia nacida del deseo de equiparar la "cuota de género", cuando en verdad nace de un conflicto muy complejo y con raíces históricas y socioculturales que aún entierran sus filamentos en nuestro presente y en torno a los cual el feminismo, como movimiento, se construye y reconstruye constantemente. Para mayor profundización en este aspecto y, en realidad, de esta columna entera, recomiendo encarecidamente la lectura del estupendo y diáfano ensayo "Reconstructoras del tiempo y el espacio" de Gabriela Damián. Como muestra de visiones disidentes a estas iniciativas pero que sin embargo exponen puntos destacables y que no necesariamente caen en la condescendencia, está la de Daniela Franco en Letras Libres: Quizá el verdadero paso hacia la igualdad será dado cuando nadie nos pida que leamos a una escritora únicamente por el hecho de ser mujer (...). Como artista me resultaría condescendiente que alguien me prefiriera por ser mujer. Entiendo plenamente sus razones y las comparto en su esencia: ante todo, en una obra de arte debiera primar el juicio estético y no el género de su autor, por mucho que su visión particular sobre la vida y la sociedad se desprendieran en buena parte de sus concepciones de género personales. Sin embargo, se debe recordar que una obra de arte está emplazada en un contexto sociocultural que no sólo condiciona su valoración estética, sino incluso su visibilidad y alcance en la propia sociedad. Eso es lo que, personalmente, considero de mayor conflicto en este asunto: si no hiciéramos ningún esfuerzo adicional para incluir autoras en nuestras lecturas, estoy convencida de que el porcentaje de sus obras que llegarían a nuestras manos y bibliotecas sería considerablemente inferior al de los autores, sin que alteremos en lo absoluto nuestros hábitos lectores o de búsqueda de nuevos libros. Y esto, desde luego, nada tiene que ver con juicios estéticos: una mujer puede escribir obras tan valiosas como los hombres, obviamente; de hecho, lo viene haciendo desde las civilizaciones más antiguas, como es el ejemplo de Safo de Lesbos y los poemas y fragmentos líricos de su autoría que se conservan en la actualidad. El problema es que nuestro sistema cultural y su expresión en la industria editorial y agentes similares están estructurados de manera que no podamos acceder al trabajo de estas mujeres con la misma facilidad que con los hombres. Esto puede plasmarse en algo tan sencillo como llevar la cuenta de las escritoras que tenemos en la biblioteca o de las que han obtenido premios en determinado contexto editorial (como lo hizo Ursula K. Le Guin en su artículo "Award and Gender", en su libro de ensayos The Wave in the Mind, con resultados desoladores), hasta identificar perfiles de autora en aquellas que concitan mayor interés en el medio literario. Respecto a esto último, me temo que es más probable que nos encontremos con nombres ligados al aspecto más comercial de la industria literaria y que se yerguen más como instituciones que como autoras —J.K Rowling, Isabel Allende, Suzanne Collins o Danielle Steel, por ejemplo— antes que con escritoras tanto de ficción de verdadero valor estético como de pensamiento crítico, como Virginia Woolf, Natalia Ginzburg o Susan Sontag. Personalmente creo que no sirve de mucho que se sostenga que hoy en día una parte considerable de los escritores exitosos y que han creado tendencias sean mujeres, porque no me interesa en lo absoluto el éxito ni la tendencia: busco literatura, el arte del lenguaje. Y quiero, como lectora, tener la misma posibilidad de encontrarme con una de sus obras en bibliotecas y librerías que de hacerlo con obras que atraigan de la misma forma mi interés, pero que hayan sido escritas por hombres. Como Lilián López señala, gracias a quien conocí el texto de Daniela Franco, todo esto se trata Más bien, [de] leer a las que no sabemos que existen, porque no han sido integradas al canon, porque se mantienen en una trastienda, y porque deberían estar, por su altura literaria, en dicho canon. Me parece que instancias como la campaña #ReadWomen2014 son oportunidades invaluables para permitirnos reconocer, las veces que sea necesario, que sin duda existe censura e invisibilización de la literatura escrita por mujeres en nuestra sociedad. Sólo entonces podremos comenzar a diseñar o exigir estrategias que se enfoquen en el problema desde su raíz en tanto anulación en el medio literario (políticas editoriales y bibliotecarias, hábitos lectores legitimados desde instituciones de fomento lector, entre otros agentes relevantes) como prejuicio discriminador o derechamente misógino (preconcepciones personales peyorativas y sesgadas en torno al oficio literario de las escritoras). Por lo mismo, me gustaría considerar a #ReadWomen2014 como una propuesta que no debiera acabarse junto con el 2014. ¿De qué nos sirve armar un listado de obras escritas por mujeres y llevar la cuenta de las leídas con un vistoso banner en nuestro más vistoso blogs de reseñas literarias, si luego volveremos a nuestra rutina habitual? No de mucho, supongo. Más aún si esas autoras se inscriben en el perfil de escritora como institución, porque éstas al menos cuentan con el apoyo de las comunidades lectoras y de las editoriales que las publican, venden y transan como mercancía. Cuando hablamos de censura e invisibilización hablamos de poder, y hoy en día, cuando la academia parece cada vez más desacreditada y decadente, las editoriales y este tipo de escritoras no están precisamente desvalidas en ese aspecto. Por tanto, creo que es necesario que interpretemos esta campaña como una oportunidad para abandonar prontamente nuestra habitual zona de confort y atrevernos con obras que realmente importan, obras escritas por mujeres que las escribieron puliendo cada palabra como una piedra preciosa mientras luchaban de espaldas al mundo. Hablo de obras clásicas relativamente olvidadas en las comunidades lectoras, sí, pero también de trabajos contemporáneos que, aun concitando lecturas y ventas constantes, no suelen atraer nuestra atención ni estar demasiado disponibles para que los conozcamos o los adquiramos. Entre muchas otras propuestas periféricas, por cierto. Creo también que es necesario que no sólo nos dediquemos a leer a escritoras, sino también a reflexionar críticamente en el proceso. Al menos en mi caso particular, como lo abordaré en la siguiente entrada, la experiencia de #ReadWomen2014 me sirvió más para prestar atención a mis lecturas y los criterios y condicionantes que yacen tras ellas que sólo para leer más obras de autoras. De lo contrario, siento que la iniciativa se quedaría sólo en un reto “entretenido” más, algo para incrementar tu contador en Goodreads y crear una nueva estantería o hashtag en espacios de lectura en internet. Es decir, un flaco favor para las mujeres que dejaron la vida (en todos los sentidos posibles) en las páginas que llenaron con sus palabras y que tal vez, de haber contado con un espacio equivalente al que tuvieron sus pares varones, podrían haber escrito obras aún mejores que las que les conocemos hoy en día. Nunca olvidaré un pasaje de Un cuarto propio, el increíble ensayo de Virginia Woolf, en que da a entender que lo que le impidió a una maravillosa autora como Charlote Brontë llegar al pináculo de su talento literario fue la indignación de sus propias circunstancias de vida. Puesto que yo misma soy muy furiosa en lo que suelo escribir, ese fragmento se ha quedado conmigo y ha regresado a mi mente mientras escribo esto. Quizá, pienso, esto corre el peligro de convertirse en un círculo vicioso: se escribe con furia para rajar las circunstancias socioculturales que atentan contra la naturaleza propia de ser mujer y de la forma en particular en que cada una vive este ser mujer, pero a la vez es esta furia la que arroja un pesado velo sobre una escritura que quiso nacer ligera, fluida como el agua. Quizá este peligro es el que estemos viendo, desde otra perspectiva, en las imprecisas acusaciones hacia este tipo de proyectos: que caen en el mismo sexismo que denuncian al supuestamente imponer escritores de un solo sexo/género, por ejemplo. El término feminazi, con todo lo horroroso que conlleva y de lo que se originó, se ha popularizado por algo más que la aparente estupidez e ignorancia de quienes lo usan cotidianamente: lo ha hecho también porque muchas personas, en su percepción de sentirse amenazadas por visiones que las vuelcan a reconsiderar sus privilegios o su aceptación ante la ausencia de estos, sienten que hay una furia desbordada que no tiene lugar. Su probable falta de empatía les impide entender cómo y por qué otras personas adscriben a modelos feministas como aquellos, sin duda, pero eso no impide que esa furia no sea sana en sí misma para la gente que la expresa en su discurso ni para aquellos a quienes desean proteger y liberar desde él. Pero entonces, ¿qué podemos hacer en este tipo de circunstancias para cortar de una vez este círculo y volverlo un camino por el cual avanzar? ¿Cómo podemos hacer entender a tantas personas —sobre todo varones— las razones que tenemos para considerar que estos proyectos son necesarios como una primera fase, siquiera? Las preguntas son demasiado complejas y sin duda no se responderán en las reflexiones que podemos obtener a partir del #ReadWomen2014, así como la campaña por sí sola no nos hará leer a todas las escritoras que podríamos necesitar conocer. Pero podríamos considerarla como un punto de partida urgente, que ha de complementarse con otros que vayamos descubriendo o creando en el tiempo. Al menos yo, como lectora, estoy determinada a honrar con mis lecturas y dentro de mis reducidas capacidades a aquellas autoras que he leído, redescubierto o que ansío conocer desde la misma fuerza que, siento, las hizo escribir sus obras. Y espero también, como mujer y autora, que sus experiencias me ayuden a entender su furia (si la hubiera) y a calmar la mía (si llegara a haber) en mis propias historias. II. Autoras de imaginación
En la entrada anterior dedicada a la iniciativa #ReadWomen2014, intenté explicar el sentido original de esta propuesta y plantear algunos posibles alcances de su potencial relevancia: permitirnos cuestionar los sesgos de nuestras prácticas lectoras, preguntarnos cuáles podrían ser los mecanismos de invisibilización y censura que el poder (industrias lectoras, centros lectores, crítica o universidades) ejerce en nosotros y, en fin, hacer de nuestro redescubrimiento de autoras un hallazgo constante, no limitado a un mero año ni a una campaña de moda. En esta segunda entrada, he decidido centrarme en la literatura de imaginación, concepto que emplearé para abarcar lo fantástico, la Fantasía, la ciencia ficción y el terror, entre otras estéticas, si bien en este texto me centraré más en las dos primeras. Como es de esperar, en este caso el problema descrito anteriormente se agudiza. La cantidad de autoras reconocidas, criticadas, publicadas o siquiera leídas sigue siendo significativamente inferior a la de los autores, a pesar de que esta cifra ha ido en aumento en los últimos años. Ahora bien, ¿de dónde se originaría esta disparidad de género? Me temo que las razones son múltiples y casi tanto o más complejas que la invisibilización y discriminación de la literatura canónica, porque lidian con numerosos factores adicionales que se desprenden de los problemas socioculturales descritos en la entrada anterior. Entre ellos, podrían considerarse situaciones tan aparentemente distantes como la misoginia y estrechez intelectual y emocional del nerd/ñoño masculino promedio, actual público objetivo de la literatura de género como franquicia y no como arte, así como la difícil entrada, permanencia y desarrollo que las mujeres históricamente arrastran en áreas de conocimiento científico, base para la lectura y escritura de la ciencia ficción dura. Y esto por citar dos ejemplos que se me han venido inmediatamente a la mente. Lo anterior puede llegar a dificultar la difusión y reconocimiento de obras de literatura de imaginación escritas por mujeres de una forma quizá incluso más virulenta que en otro tipo de literatura. ¿Por qué? Personalmente creo que la respuesta tiene mucho que ver con la banalización que la industria editorial ha volcado sobre la literatura de imaginación, degradando precisamente su esencia, la imaginación, a un "género", un producto formulaico y de fácil consumo, perfectamente rotulado bajo claves de marketing fáciles de reconocer. No es sorpresa para nadie que las manifestaciones tradicionales de la literatura de imaginación se han asociado preferentemente, desde el mercado, a un público masculino. Buena parte del femenino ha quedado orillado a pastiches comerciales como obras paranormales románticas, que quizá han movido incluso más dinero y poder por sí solas que muchas otras franquicias de otros géneros. Por supuesto, ambos públicos lectores, que cabría más bien denominar fans antes que lectores literarios propiamente tales, presentan características igualmente distantes para quienes tienen una aproximación a la literatura más cercana a la estética que al mercado. Sin embargo, es indudable que la literatura de género contemporánea tiene una cantera nada despreciable de autoras reconocidas. Como mencioné en la entrada anterior, la que quizá sea la autora más influyente en la cultura popular de la última década, J. K. Rowling, es una mujer que saltó a la fama con una historia de Fantasía en siete libros. El problema real, por consiguiente, no está en la industria editorial ni en la percepción sociocultural, porque ahí está lleno de autoras "exitosas". El problema parece estar cuando apartamos de un manotazo los rótulos de "negocio", "producto", "industria" y semejantes, que no pertenecen al arte en sí mismo, y vemos lo que queda atrás, aquello que se supone alguna vez fue lo único importante. Ahí entonces aparecen las verdaderas trincheras, desde la escritura literaria como arte: las editoriales independientes emplazadas aún como bastiones de calidad literaria y los movimientos, iniciativas y comunidades periféricos que supuestamente fomentan estas expresiones no canónicas. Son éstas las que debieran tomarse la responsabilidad de apoyar autoras de valor literario, lo que no siempre sucede con la frecuencia e intensidad que cabría esperar. Una mujer que hoy en día quiera escribir literatura de imaginación, por lo visto, sólo tendrá difundida acogida si entrega una historia degradada bajo el cincel del mercado, y ojalá escribiendo derivados de fantasía. ¿Cuántas autoras famosas conocemos que hayan saltado al éxito universal casi exclusivamente gracias a obras de ciencia ficción? Por supuesto, hay nombres consagrados, como la propia Ursula K. Le Guin o Connie Willis, pero ambas son muy valoradas ante todo desde el lector de literatura de imaginación, no desde el fan de la literatura de género o del lector casual. Pero ellas, a nivel global y no ya sólo enmarcado en un contexto anglosajón, parecen ser parte de una excepción. Pareciera ser que el grueso de autoras masivamente difundidas, además, no tiene visión ni intención estética en sus trabajos. Es decir, no son escritoras literarias propiamente tales: no aparentan una voluntad de formatividad desde el lenguaje, ni tienen intenciones de pensar críticamente la literatura ni los alcances artísticos del trabajo de aquellos autores que son sus influencias, por ejemplo. Autores varones que calzan con este perfil comercial los hay también, obviamente, pero su percepción social es bastante distinta. Si pienso en dos autores jóvenes de gran y relativamente reciente éxito editorial como Patrick Rothfuss o Brandon Sanderson, me encuentro con que suelen ser bien valorados al menos como narradores y que sus sendos públicos lectores van desde quienes comentan sus libros en escasas y superficiales líneas a críticas muy elaboradas sobre cómo sus trabajos dialogan con la tradición de la Fantasía. Personalmente, no me atrae literariamente el trabajo de ninguno de los dos, pero no puedo soslayar el hecho de que ambos, al igual que otros como Neil Gaiman o China Mieville, sí han desarrollado propuestas estéticas reconocibles y factibles de análisis y discusión. Asimismo, todos tienen intenciones de extender reflexiones sobre la literatura de imaginación y, en particular, de la Fantasía. Debo reconocer que muchas de sus posturas me son rebatibles y molestas, pero me dan cuenta de que sus autores están pensando la Fantasía que leen y escriben. De manera discutiblemente irresponsable e imprecisa, quizá, pero es evidente que se trata de algo de interés para ellos. Son escritores que despiertan pasiones en sus públicos lectores y son hombres-franquicia también, si se quiere, pero por cierto que tanto en sus trabajos literarios como críticos exhiben algo más que sólo historias desechables de portadas vistosas. Algo que, por desgracia, casi no se ve en sus pares femeninos equivalentes. Pero que no se vea no significa que no exista, evidentemente. Son escasas las autoras que han emitido alguna opinión o, mejor aún, han escrito un texto minucioso para abordar crítica y reflexivamente el tipo de literatura que escriben y cuya voz haya sido bien difundida. Sin duda existen, pero los medios no hacen eco de estas voces como debieran, lo que no es de extrañar considerando que ni siquiera se esfuerzan por difundir sus obras literarias, donde aquellas visiones críticas debieran plasmarse en el tejido mismo de su lenguaje. Ilustraré lo anterior centrándome en el contexto específico de Latinoamérica. En este continente existen un puñado de grandes autoras de literatura de imaginación de cierto renombre: las argentinas Liliana Bodoc (1958) y Angélica Gorodischer (1928), la cubana Daína Chaviano (1957), la mexicana Verónica Murguía (1960) y la chilena Elena Aldunate (1925-2005), entre otras. Sin embargo, la presencia y reconocimiento de todas es muy dispar y localizado, o bien, de reducida difusión popular. Gorodischer es una autora de culto para lectores que aúnan un interés por lo estético y la especialización de lo fantástico; en cierto sentido, ha logrado integrar un canon. Bodoc es sumamente popular en espacio académicos enfocados en la literatura infantil y juvenil, pero su popularidad en los lectores comunes no argentinos, tanto a partir de sus obras literarias como en su visión crítica de la literatura y la lectura, parece ser bastante más discreta. En cuanto a Chaviano, también goza de un reconocimiento que, al parecer, no alcanza a Sudamérica, aun cuando su impecable sitio web dé cuenta de la relevancia de sus trabajos y sus opiniones. Murguía, en tanto, obtuvo también gran valoración desde el circuito LIJ especializado en España y México tras ganar el Gran Angular el 2013 con una novela juvenil de fantasía épica insospechadamente bien criticada (considerando lo mucho que esta gente parece odiar la Fantasía a veces), pero nunca he visto un libro suyo, ni siquiera la premiada Loba, en el catálogo chileno de SM [actualización: la novela finalmente llegó en 2015 al mercado chileno, con una fría recepción de parte del público juvenil]. Ni hablar del resto de sus trabajos, publicados por editoriales mucho más pequeñas y locales. Por último, Aldunate es una gran postergada dentro del canon de literatura fantástica chilena, a quien se le suele olvidar al momento de hacer recuentos sobre una tradición de ciencia ficción y literatura fantástica nacional plagada —nunca mejor dicho— de hombres y de quien hace pocos años se editó una antología que rescata del olvido algunos textos sumamente interesantes y para la que escribí esta reseña hace tiempo. Podría decirse, a grandes rasgos, que cada país latinoamericano lee a sus propias autoras y que, por causas diversas, éstas tienen limitadas oportunidades para alcanzar públicos extranjeros, aún cuando hablen su mismo idioma. En semejantes condiciones, por supuesto que cuando las autoras no son hispanoparlantes la cosa empeora. El público lector latinoamericano no necesariamente lee, comenta, estudia o investiga en inglés, la lengua más popular para la literatura de imaginación, lo que les impide conocer el trabajo de autoras que aún no han sido traducidas al español. La situación, me temo, es distinta en España, en donde actualmente proliferan numerosas editoriales independientes y sellos de transacionales (Fantascy, RBA Fantástica, Scyla) dedicado exclusivamente a la literatura de imaginación. Algunas de estas iniciativas han logrado introducir al público hispanoparlante obras de autoras como Aliette de Bodard, Elizabeth Bear (Fata Libelli) o Nina Allan (Nevsky Prospects), a la par que se han impulsado también las publicaciones de autoras hispanas jóvenes, como Virginia Pérez de la Puente (Ediciones B), Montse de Paz (Minotauro) o Concepción Perea (Fantascy). Al respecto, España también cuenta con nombres nacionales tremendamente destacados. Desde un ámbito más comercial, Laura Gallego ha sido todo un fenómeno juvenil para la Fantasía, hasta el punto en que ¡oh, milagro! sus obras se pueden conseguir con facilidad en librerías chilenas. Desde ámbitos más estéticos, sin embargo, también existen autoras como Elia Barceló o Sofía Rhei, nombres recurrentes en antologías y recuentos de mujeres escritoras destacas en español que, por desgracia, han publicado obras desconocidas en este continente y de difícil acceso, sobre todo si no se tiene facilidades para comprar en línea por falta de cuenta en Paypal o tarjeta de crédito (carencia habitual en la clase media latinoamericana, o quizá es sólo que yo soy muy pobre). Una iniciativa a destacar en esa senda es la reciente antología digital de ciencia ficción Alucinadas (Palabristas, 2014), surgida a partir de una convocatoria destinada exclusivamente a mujeres escritoras y que resultó un éxito en participación y en ventas. Aunque la nómina de autoras tiene una mayoría absoluta de españolas, lo que hace pensar sombríamente sobre el nivel general de quienes escriben en este continente, la ganadora resultó ser la argentina Teresa P. Mira de Echeverría. Adicionalmente, se incluyó un relato de la propia Angélica Gorodischer a modo de sorpresa, en un claro reconocimiento a la tradición hispanoamericana de esta estética. Proyectos como Alucinadas dan cuenta de la intención de parte del sector independiente de abrir espacios para que las voces de las autoras puedan resonar con la intensidad que necesitan sus historias. Sin embargo, el esfuerzo no es suficiente. O, mejor dicho, el interés. Hoy en día, con Internet al alcance, es mucho más sencillo conducir búsquedas de escritoras no comerciales y que el canon de género ha orillado a la perifera. Quizá, llegar a poseer algunas de sus obras, ya sea impresas o digitales, sea mucho más complejo, pero al menos se pueden descubrir sus nombres y, si tienen una web crítica, sus pensamientos y visiones. Me resulta sorprendente constatar la indolencia de algunos sectores ante la posibilidad de ampliar sus nóminas de lecturas más allá de las fronteras de sus respectivos países. Quizá tenga que ver con esa peculiar creencia que dicta que hay que "valorar el producto nacional". Personalmente, en lo que a literatura se refiere, prefiero valorar las buenas historias y, en particular, a la Fantasía de calidad estética. La literatura es mucho más que un producto. Y, en el caso de las escritoras chilenas de literatura de imaginación, no puedo decir que pueda estar en condiciones de hacer algo como este texto de Gabriela Damián, " 'Quizás quiso decir: escritores mexicanos'. Escritoras de literatura fantástica y ciencia ficción mexicana". En él, critica la nula presencia canónica de escritoras de género en su país a la vez que presenta nombres, recientes y de décadas pasadas, con propuestas muy valiosas. Si yo intentara emular su trabajo, al llegar a la parte de rastreo de autoras nacionales me iría a un abismo muy hondo debido a mi indiferencia absoluta como lectora ante las obras intencionadamente comerciales o que no expresen visiones contundentes de las estéticas a las que supuestamente adscriben. Esta distancia natural hacia quienes se podrían considerar mis pares, paradójicamente, me ha permitido dar con autoras que me resultan mucho más cercanas o interesantes a priori, vengan de donde vengan. Y esto, a su vez, me permite cerrar este texto con la siguiente reflexión: lo que subyace (o debiera subyacer) a una campaña como #ReadWoman2014 no es una simple "revencha de género", sino la urgencia de plantearnos si estamos, como lectores, yendo más allá de fronteras de todo tipo (locales, comerciales o discriminadoras, entre otras), externas a la calidad, al momento de leer a una autora en particular. En el caso de la literatura de imaginación, estas fronteras parecieran ser dobles, por la usual naturaleza periférica de este tipo de obras, que ha causado que las lecturas de estas escritoras sean casi de ghetto. Creo en la necesidad de echar estas barreras abajo a través de la curiosidad intelectual, la perseverancia y, sobre todo, en la entereza de poder reconocer que una escritora no tiene por qué importarnos sólo por ser mujer, pertenecer a nuestro propio país y/o escribir literatura de imaginación. En fin, en la necesidad de poder expresar con entusiasmo que, así como disfrutamos enormamente obras escritas por hombres que han cambiado nuestra vida, también son relevantes para nosotros obras escritas por mujeres y que estamos seguros de que hay muchas más de éstas que están a la espera de llegar a nuestras vidas... si sólo nos esforzamos un poco en ir más allá las convenciones que se nos han impuesto. Los comentarios están cerrados.
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AutoraPaula Rivera DonosoSi alguno de estos textos te es de utilidad, ¡recuerda citarme en tu bibliografía! También puedes hacer una donación en el botón de abajo. Muchas gracias~
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