Sobre cómo la moda y obsesión comercial por obras rotuladas como "Fantasía" sin ser representativas de esta estética han hecho que las librerías se inunden de libros poco literarios, marginando obras más bellas e importantes e impidiendo que los lectores juveniles interesados en este tipo de historias lleguen a ellas. Inicialmente había empezado este texto con el título “En busca de la Fantasía”, pero al final terminé descartándolo por la amplitud de su resonancia. ¿Cuánto podría significar semejantes palabras? Demasiado: básicamente lo que yo misma, con mayor y menor fortuna, he hecho mi vida entera. Buscar la Fantasía: ir tras ella como una huella cada vez más difusa en el camino, perderse en palabras ajenas de libros de hojas amarillas o blancas tras nombres olvidados o marginados, llorar lágrimas tibias que quemen la hiedra de la muerte o traigan a la realidad un recuerdo de Faërie, como una flor imperecedera. En realidad, algo de eso hay en el verdadero tema que quisiera comentar en estas líneas, que serán más experimentales e íntimas que de costumbre: la publicación contemporánea de las obras literarias de Fantasía, su difusión y su hallazgo. Porque sin obras de Fantasía, evidentemente, no puede haber nada de lo anterior, y la literatura en especial —acaso la única magia que vale la pena conjurar— tienen el don de contarnos un mundo y una historia que sólo existe en la medida en que nos entregamos a sus palabras, una abstracción mucho más escurridiza que el sonido o los colores. Es curioso que esta noción de abstracción termine, paradójicamente, haciéndose concreta en algo tan sencillo y terrible como la dificultad para hallar ejemplares físicos de obras imprescindibles para quienes pretendan atisbar a Faërie desde el lenguaje. Esa es la búsqueda a la que me refiero: la de libros de Fantasía en librerías o bibliotecas, cuya dificultad en ciernes la está convirtiendo una aventura digna de ser escrita por una mano que haya recorrido cubiertas y cubiertas en busca de las importantes, que rara vez ha de encontrar. Tal vez algunos me reprochen que no me he dado vuelta en librerías o bibliotecas hace mucho tiempo, porque desde hace rato todo lo que se relacione siquiera levemente con lo “fantástico” está de moda. Y no, no lo ignoro: pasar por cadenas grandes de librerías en mi país (Librería Antártica y Feria Chilena del Libro) supone casi resentir los ojos con las vistosas portadas de los libros que hoy en día, tanto en Chile como en casi todo el mundo, se consideran “fantásticos”. Incluso ya se empiezan a reconocer patrones más o menos homogéneos en las obras publicadas por sellos editoriales grandes. ¿No se supone que no debiera juzgarse a un libro por su portada? Pues sí, ya que en ocasiones los autores no tienen mayor poder de decisión frente a las determinaciones de la editorial, pero lamentablemente hoy en día me parece que la estética genérica, fría y escasamente artística de las portadas de estas obras “fantásticas” dice mucho de las historias que éstas cuentan y de la estética a la que se adscriben. En pocas palabras, quiero decir que por culpa de esos voluminosos libros de moda, con llamativas portadas para desviar la atención, los lectores de Fantasía nos vemos en aprietos al momento de dar con las obras que en verdad nos interesen. Últimamente, sobre todo en miras al inicio de un diplomado de literatura infantil y juvenil y fomento lector que pronto iniciaré, he estado pensando mucho respecto a la industria editorial de este segmento, a las jóvenes comunidades lectoras y al rol que los mediadores de lectura (docentes, padres, bibliotecarios, entre otros) asumen con las obras que trabajan. Que los jóvenes hayan desarrollado un enorme interés hacia obras con temáticas fantásticas y sobrenaturales es una tendencia de la que hace bastante tiempo ya viene aprovechándose la industria editorial, saturando el mercado con sucesivos libros clones que revientan una idea o concepto exitoso y que las librerías deben asegurarse de tener en su mesón de novedades si pretenden sobrevivir como negocio. Por supuesto, defiendo la idea de que cada quien tiene derecho a leer lo que se le dé la gana, pero si en esa defensa me incluyo a mí, veo que realidad ni la industria ni el mercado se preocupan por otorgarme ese derecho en igualdad de condiciones. Muchos libros de Fantasía que quiero leer hoy no están: no están en los catálogos de las librerías (o figuran sin existencias… ¡o incluso los vendedores no pueden encontrarlos en la propia tienda!), no están en las bibliotecas públicas o privadas; a veces se encuentran descatalogados en versión impresa y sólo pueden adquirirse en digital con todos los líos que acarrea comprarlos legalmente, o están publicados en editoriales independientes extranjeras, con reducida distribución y prohibitivos gastos de envío… ¡A veces ni siquiera han existido antes en mi lengua materna! Y, lo peor, es que no estoy hablando necesariamente de autores jóvenes o poco conocidos en Fantasía, sino de autores considerados clásicos universalmente o al menos relevantes en sus respectivos países y de los que a veces se han llegado a editarse y venderse aquí un par de obras. Autores como Diana Wynne Jones, que en español se lee gracias a la labor de editoriales españolas pequeñas como Nocturna o Berenice, a pesar de que la famosa película El castillo ambulante de Studio Ghibli fue inspirada en una de sus obras; como Ursula K. Le Guin, la última gran autora de Fantasía que nos queda con vida, postulada incluso al Nobel (que no ganará) por su trayectoria en esta estética y en la Ciencia Ficción y de la que, sin embargo, en Chile es casi imposible pillar uno de sus libros, y de la que es del todo imposible pillar sus ensayos en español; como Naomi Mitchison, contemporánea de J. R. R Tolkien y autora de Travel Light, libro que prácticamente sólo se puede conseguir en inglés vía digital; como Jo Walton, que alcanzó renombre por el Hugo y el Nebula que ganó con la tremenda Entre extraños, que actualmente sólo se consigue en español por el sello RBA Fantástica, que no se distribuye en Latinoamérica; como Nahoko Uehashi, reciente Premio Andersen (el galardón más importante en Literatura Infantil) y que en español sólo pueden encontrarse dos de sus libros infantiles publicados por SM España; como George Mcdonald, que publicó Siruela (o sea: difícil de encontrar aquí y carísimo)… O hasta el propio Ray Bradbury, de quien no entiendo cómo Minotauro, en vez de publicar españoles infumables con el dinero de su premio homónimo, no publica de una vez una buena y remozada edición de sus cuentos completos. Podría seguir con párrafos y párrafos de autores y obras que me he visto impedida de adquirir legalmente y leer por nula oferta de la industria y del mercado… y sólo en Fantasía. Es verdad que para quien tiene un mínimo de inquietud por investigar más, poder adquisitivo y habilidad ante la búsqueda de objetos difíciles, la ausencia de estos libros en los espacios tradicionales no es excesivamente grave. Existen las descargas (legales o no) de ebooks y diversos sellos españoles como la propia RBA Fantástica y Fantascy, que haciendo a un margen que publican obras que difícilmente tengan algo en común con la Fantasía clásica, pueden comprarse en el extranjero. Sin embargo, ¿qué pasa con los lectores jóvenes, que no siempre tienen acceso a lo anterior? ¿Cuáles son los principales medios en que se enteran de los libros que quisieran leer? Muchos recurren a comunidades o espacios en internet, como los foros literarios, Goodreads, canales de Booktubers y blogs de reseñas básicas, todo en oposición, teóricamente, a las aburridas imposiciones de los planes lectores o de sus propios padres. Esto podría parecer loable y digno del espíritu subversivo de la literatura, pero estoy empezando a creer que está lejos de tratarse de ello y que, incluso, es tanto o más pasivo y mediocre que la dependencia a la obligatoriedad de las evaluaciones a caducos planes lectores. La otra cara de la verdad es que muchos de estos espacios virtuales tienen convenios con grandes editoriales, que ceden ejemplares de sus libros en calidad de pago único para que sus miembros los difundan gratuitamente. Claro, a ellos por lo general les gustan los libros que piden y reciben, pero no deja de tener algo monstruoso que en realidad las editoriales pudiesen estar usando sus preferencias lectoras particulares para promover sus productos, ahorrándose un sueldo perfectamente asignable a un promotor oficial. Me consta, en parte por experiencia propia, que algunas editoriales se muestran renuentes a seguir apoyando o difundiendo por sus canales de prensa reseñas u opiniones de lectores que no valoren positivamente una obra de su sello, o que al menos no lo hagan como ellos esperan. Si pensamos en que muchos jóvenes lectores confían en el juicio lector de algunos espacios muy populares de otros jóvenes como ellos, esto se transforma en un riesgo. Además, ¿cuáles son las obras que estos espacios suelen leer y difundir? Pues justamente los best sellers de turno, cedidos por las grandes editoriales, o libros que ya se estén promocionando lo bastante bien como para atraer al público que busca opiniones cercanas al respecto. A veces se trabaja con clásicos, es verdad, pero por lo general sólo con aquellos que de alguna u otra forma se hayan hecho masivos por películas o la cultura popular. Y el problema no termina acá, pues con el auge que están teniendo los mediadores de lectura y las iniciativas de formación de estos, la mirada se ha centrado justamente en cómo potenciar los gustos de los jóvenes por los libros… a partir de lo que ya leen. Si bien esto también es muy positivo en sí mismo, el riesgo aumenta, pues finalmente el mediador termina leyendo los best sellers y cerrándose a ellos en lugar de considerarlos un tipo de obra más que compartir con los muchachos. Porque, a mi inexperto juicio, eso debería ser uno de los roles más fundamentales del mediador: entregarle al lector, sobre todo al juvenil, la posibilidad de conocer nuevas obras o de apreciar de manera distinta obras ya conocidas, para que tengan un nuevo sentido en su vida. Creo que los jóvenes ya conocen de sobra las historias de moda hoy en día, porque editoriales, medios masivos de comunicación y todo tipo de iniciativa y mercadotecnia se las han metido por los ojos y por otras partes; el mediador no tendría por qué estancarse en ellas. Así, con novelones débiles hábilmente posicionados tanto por la publicidad como por el trabajo gratuito de lectores cándidos por un lado y con el trabajo sesgado de ciertas tendencias de mediación lectora, por otro, estamos viendo cómo los espacios físicos en donde pueden adquirirse libros se ven amenazados en su variedad y disponibilidad de todo tipo de obras. No entiendo por qué, en la sección infantil, veo libros didácticos y no encuentro a Michael Ende, C.S Lewis o ediciones íntegras pero de precio razonable de todo tipo de cuentos de hadas. No entiendo por qué, en la sección juvenil, veo portadas colorinches y no encuentro por ninguna parte clásicos juveniles, como si el rótulo "literatura juvenil" hubiera nacido con los best sellers de los últimos 10-15 años. No entiendo por qué las obras infantojuveniles importantes que permanecen están relegadas a las colecciones de los planes lectores (los libros con franjas de colores) y, por tanto, desplazadas por completo del centro de atención y de la lectura como placer. Y, quizá lo que más me frustre, no entiendo por qué en la sección Fantasía encuentro a Crepúsculo, Los Juegos del Hambre o Divergente en lugar de los mismos Ende, Lewis, Tolkien, Le Guin, todos los otros autores que mencioné antes y, de acuerdo, hasta G. R. R Martin o Neil Gaiman. En realidad, quizá sí lo entienda: negocio e ignorancia. Pero más que me afecte a mí, que ya hace hartos años que no soy precisamente una adolescente, me importa por las opciones que tienen los chicos de esta generación en particular. Cuando yo era más joven, las sagas fantásticas que estaban de moda eran Harry Potter y El Señor de los Anillos, gracias a las adaptaciones fílmicas. Aunque J. K Rowling haya estado desde hace un buen tiempo lanzando declaraciones patéticas como autora de Fantasía, creo que las historias de Harry Potter han logrado mantenerse incólumes a pesar de sus problemas y las sigo considerando valiosas para mí. De Tolkien no vale la pena hablar acá, porque es recurrente en mi vida. A lo que quiero llegar con este recuerdo es que yo al menos tuve la opción de elegir en mi momento, porque tenía obras de Fantasía que encontraba vendiéndose hasta en la calle. En esos tiempos no tenía Internet, es cierto, pero estaba recién iniciándome como lectora frecuente, al margen de las obras leídas en el colegio, y necesitaba apoyo y guía, entre otras cosas. No los tuve. Pero tuve esos libros y eso hizo toda la diferencia. Eso me marcó como lectora y, rescatando obras como Las Crónicas de Narnia (de las que descubrí que existían cinco libros más, fuera de los leídos en clases), me hizo iniciarme a la Fantasía literaria. Hoy en día no puedo evitar entristecerme al pensar en ese joven que se compra El Hobbit y se decepciona de encontrar una historia infantil y poco épica, por culpa de la tontorrona adaptación de Peter Jackson. O en ese otro que se va a quedar para siempre con la idea de que la Fantasía es y debe ser Juego de Tronos (sic) por sexoviolenciapolíticafantasíaadulta y que Tolkien era un moralista de prosa “latera”. O incluso en esas adolescentes que vean en la protagonista de los Juegos del Hambre un modelo femenino a seguir y que se pierdan para siempre la posibilidad de conocer a tiempo a Tenar de Historias de Terramar y entender que la fortaleza en una mujer pasa por muchas otras cosas. En eso, creo, se resume todo: posibilidad. Que estén los best sellers juveniles con su fantasiosidad de plástico, como yo PERSONALMENTE veo a estas obras; qué más da. Pero que también puedan estar las otras, esas que suponen algo más que una tarde de lectura entretenida y que pasan a formar parte de ti de una forma más trascendente que responder trivias o disfrazarte de tu personaje favorito. Quiero que los jóvenes que de alguna forma me recuerdan un poco a la joven que yo fui, por su sincero interés en la Fantasía, tengan al menos una oportunidad de encontrar en su juventud una obra verdadera de esta estética que les cambie la vida. Y que, luego del impacto inicial, se metan a Internet o busquen gente con la que puedan conversar de manera significativa de esta obra, reflexionando críticamente sobre ella y asignándole un sentido mudable de su historia en su existencia. Hay que investigar, buscar lecturas y difundir críticamente, o el cielo de historias de Fantasía terminará con muy pocas estrellas y no las más luminosas precisamente… ¿Quién, que de verdad esté entregado a ella, no querría hallar nuevas y poder armar así nuevas constelaciones? ¿De verdad nos basta con las obras más conocidas Tolkien y, tras una brecha gigantesca, Canción de Hielo y Fuego de Martin, los trabajos de Gaiman y… bueno, cualquier otro autor ahora popular que se me haya escapado? Pensar, cuestionar, criticar y adentrarse en todo lo que podría ser la Fantasía desde su esencia original es una de las formas más plenas para poder leer y entender de determinada forma la obra de un autor que también hizo esto, con una historia que es un reflejo de sus convicciones ante la vida. Y es, asimismo, lo que termina convirtiendo la búsqueda de estas obras en una aventura más: ¿acaso no estamos todos, lectores y protagonistas de Fantasía, buscando algo que nos es importante a través de la esperanza? ¿No estamos luchando también contra una adversidad que muchas veces nace o se enraíza en nuestro propio corazón? Hoy en día, encontrar, comprar, leer y hacer importante en tu vida una obra de Fantasía es una quest más. Y, como muchas, pocos parecen entender su relevancia o tender genuino apoyo. Pero, de la misma forma en la que en las historias que leemos parece haber siempre una esperanza, creo que podemos hacer más para burlar la hegemonía de mercado y de las lecturas domesticadas. Tal vez la verdadera Fantasía nunca tenga una zona destacada en librerías o bibliotecas, porque es una estética muy desafiante y de sensibilidades que no necesariamente atraen a muchos, pero estoy convencida de que la perseverancia por dar a conocer sus más lúcidos trabajos podrá lograr que más personas puedan descubrirla en toda su maravilla. Espero conseguir algún día fortalecerme como difusora, sea desde un frente académico, laboral o personal; mientras tanto, seguiré escribiendo en Fay columnas como éstas, más o menos erráticas y torpes en muchos aspectos, pero sinceras y entregadas a lo que amo… Y que, quizá, se transformen a futuro en un portal que alguien pueda atravesar para descubrir nuevos mundos e historias valiosas. * Esta entrada fue publicada originalmente en Tierra de Fay en marzo de 2014 en el siguiente enlace.
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AutoraPaula Rivera DonosoSi alguno de estos textos te es de utilidad, ¡recuerda citarme en tu bibliografía! También puedes hacer una donación en el botón de abajo. Muchas gracias~
Artículos sobre FantasíaEsta es una selección de artículos que he escrito sobre Fantasía. Son de tres tipos: reseñas, columnas y conceptos. Para textos académicos, consultar aquí. ContenidosÍndice de artículos aquí. CategoríasArchivos202220162015 |