Una reflexión (sin conclusiones rotundas) sobre la posibilidad de una Fantasía latinoamericana, a partir del análisis de las obras de Liliana Bodoc y Verónica Murguía. Hacia 2010-2011, participé en la creación y edición de una antología colectiva, gratuita y autogestionada de cuentos de Fantasía de autores chilenos emergentes, casi todos muy jóvenes. Como explicamos en la presentación de Vagalumbre, hacia esos años la dedicación formal a la Fantasía en nuestro país era mínima, y nuestro proyecto de antología pretendía crear al menos un pequeño espacio exclusivo donde esta pudiera florecer en sus diversas formas, amparándose en la palabra ingenua y llena de fervor de los muchachos qué éramos entonces. No me interesa deshacerme en añoranzas respecto a lo que fue ese olvidado proyecto formativo. Si comienzo este texto aludiendo a esa antología, es por una crítica muy especial que recibimos en su momento, naturalmente extra literaria. Titulada genéricamente como Cuentos chilenos de Fantasía (Fantasía Austral, 2010), la lectura de esta obra desconcertó a algunos lectores que, por razones que no habríamos podido prever en esos años, no entendieron qué era “lo chileno” del libro. Pues la nacionalidad de los autores; ¿no estaba acaso claro? Evidentemente no. Lo que estos lectores esperaban ante un título como aquel era que los cuentos incluidos reflejaran, en el tejido de sus historias, diversos aspectos de un constructo cultural chileno (mestizo) u originario. Por el contrario, el imaginario predominante de los relatos era más bien de una premodernidad asociable, de manera muy genérica, a algo “europeo”. Por supuesto, esto se debía a la profunda influencia de la Fantasía de autores primermundistas, de carácter canónico, y al legado del mito y del cuento de hadas occidentales. En esos años, no pude sino sorprenderme ante una crítica como aquella. Lo que menos deseaba por entonces, recién egresada de Letras Hispánicas, era que se me impusieran barreras que consideraba de índole ombliguista e intrusiva en mis intereses literarios como escritora en ciernes. Bastante de esas limitaciones había tenido ya en mis estudios de pregrado. Esta anécdota estúpida, sin embargo, encierra el origen de una problemática muy interesante. Una que ahora, tras una década formativa, creo poder ahondar con más complejidad: la idea (o propuesta) de una Fantasía chilena o latinoamericana. La visión más recurrente respecto a este “problema” es que, a fin de darle espesor y originalidad a la producción literaria de la Fantasía escrita en nuestro continente, se debe hablar desde nuestras raíces culturales, principalmente referidas a nuestros pueblos originarios o mitologías nacionales. Esto tiene sentido, desde luego: la Fantasía siempre ha abrevado de historias, versos y narrativas preliterarias. Numerosas obras canónicas de Fantasía de Europa recogen y transforman creativamente el legado de los mitos y relatos fundacionales de aquel continente: J.R.R. Tolkien y su creación mitopoética de Arda (y, en particular, de la Tierra Media) como un intento por darle una mitología sólida a su Inglaterra, o E. Nesbit y sus historias de dragones, que reconfiguran el arquetipo de esta criatura al plantearla dócil y ridícula e introducirla a una matriz cultural victoriana. Incluso Ursula K. Le Guin, estadounidense, trabajó con algunos aspectos de los pueblos originarios norteamericanos en la creación de Terramar y de su concepción de la magia. En Latinoamérica, qué duda cabe, la autora emblema de esta corriente es la argentina Liliana Bodoc, principalmente con su obra la Saga de los Confines (Los días del venado, 2000; Los días de la sombra, 2002; Los días del fuego, 2004). La propia escritora señaló en más de una entrevista que le interesaba justamente proponer una historia de Fantasía que se apartara de las marcas “europeas, patriarcales y católicas” que ella asociaba a la obra de J.R.R. Tolkien [1]. Y, en efecto, me temo que desde esos códigos fue leída y valorada su saga, ante todo por campos literarios a los que por lo general la Fantasía les trae sin cuidado por concebirla, por ignorancia, como un mero producto comercial reciente: me refiero fundamentalmente al campo literario de los estudios hispanoamericanos especializados en literatura infantil y juvenil (LIJ). Aunque la obra de Bodoc es pródiga en méritos estéticos y estilísticos, no es de extrañar que con semejantes antecedentes se la haya valorado principalmente desde una visión política y latinoamericanista [2]. Desde luego, eso no es problemático en sí mismo. Lo problemático, creo, apunta a aquella suerte de imposición tácita del proyecto literario de la argentina a toda la Fantasía que podría escribirse desde nuestro continente. Esto no deja de ser paradójico: se critica la obra de Tolkien por ser el alfa y el omega de la Fantasía moderna y contemporánea, ya sea desde la filiación o el rechazo, pero se está intentando hacer lo mismo con la obra de Bodoc. Peor aún: el hecho de que se valide incondicionalmente el desarrollo de un imaginario autóctono como plantilla para un mundo secundario de Fantasía (o para otros elementos afines a esta literatura) ha fomentado la escritura y publicación de una serie de obras que, sin el talento y oficio de Bodoc, procuran justificar su valor solo desde su pretendido y promocionado latinoamericanismo. Con ello, tenemos una nueva paradoja, bastante más grave que la anterior: que la importante responsabilidad del escritor latinoamericano que elige conscientemente el imaginario de su tierra para escribir Fantasía se despolitice y entregue al mercado. En otras palabras, el latinoamericanismo de obras como estas no sería ya un fundamento ideológico-estético, como lo fue y es en la producción de Bodoc (o como, desde otra vereda, propuso en su momento el real maravilloso de Alejo Carpentier), sino un mero rótulo exótico que busque vender más libros. La mercantilización oportunista de la tradición cultural de nuestros pueblos originarios en productos artísticos o souvenirs no es algo nuevo, claro, si bien su análisis requeriría de un conocimiento especializado del que carezco [3]. Sí quisiera destacar algo que me parece importante: muchos de nosotros somos mestizos occidentalizados que hemos perdido buena parte de nuestras raíces autóctonas. ¿Cuántos de nosotros conocemos siquiera los rudimentos del mapudungun u otras lenguas originarias, por ejemplo? ¿Cuántos de nosotros hemos estudiado con la necesaria profundidad (más allá del curso de turno de Letras Hispánicas) obras como el Popol Vuh o el Rabinal Achí? ¿Cuánto sabemos de nuestros pueblos sobrevivientes, más allá de un conocimiento trivial de su historia y de las atrocidades a las han sido sometidos desde siempre, tanto por europeos como por chilenos? Me temo que la respuesta a esta pregunta es, en el mejor de los casos, «muy poco». Yo, ciertamente, no puedo responderla de manera entusiasta. Por lo mismo, consideraría desafortunado estudiar un par de fuentes y creer que solo a partir de ello estoy preparada para escribir mi Fantasía “latinoamericana”, con incrustaciones de nombres y palabras que resuenen como gritos exóticos en el bosque del lenguaje, cuando la voz de quienes las han gritado desde siglos están cada vez más teñidas de sangre y olvido. Por lo demás, en mi caso personal (que supongo que también es el de otros), no me formé tempranamente con leyendas o narraciones de mi tierra, sino con cuentos de hadas y mitos occidentales. Mi amor original por la imaginación, la belleza y la nostalgia no proviene, ¡ay!, de mis ancestros locales, sino de las historias del Viejo Continente, de esa otra línea que, tenue, discurre también por mi sangre mestiza como chilena promedio. Lo quiera o no. No digo que esto sea bueno o malo, aunque a veces me reconforta o angustia más de la cuenta: es lo que es. Si me apropio usualmente del imaginario europeo, que tampoco me pertenece (¿qué me pertenece realmente, en todo caso?), es porque he terminado enamorándome también de las distancias más imposibles: la de mi patria de la infancia y la de allende el océano. Pero existe otra arista aún de este asunto, una de la que no he leído discusión alguna, y que me parece crucial. Una cosa es la mera apropiación de este imaginario, con todo lo problemática que podría ser, y otra es el lenguaje en sí con el que se trabaja en la obra literaria. Fiel a mi esteticismo, creo que esto es importantísimo. A mi juicio, la obra de Bodoc, imaginarios aparte, consigue recrear con acierto una dicción y un estilo distintivos, que se desmarca de la prosa genérica que comparten tanto la Fantasía formulaica neomedievalista como la mala Fantasía latinoamericanista. El fraseo y cierta narratividad general de Bodoc son poéticos, pero desde una cadencia propia del español. En otras palabras, la obra de la argentina se lee desde una identidad cultural distinta a la europea, pero no solo porque trabaje con un imaginario local o recree imaginativamente un suceso histórico como la invasión a América (la Conquista), sino también porque la escribe desde una tradición literaria latinoamericana en su relación con el lenguaje. En efecto, propongo que la Saga de los Confines de Liliana Bodoc puede leerse como una literatura heterogénea, y que es bajo este prisma que, idealmente, debiéramos considerar la producción de Fantasía del continente, en lugar de un reduccionismo latinoamericanista for export. Esto también nos permitiría insertar ¡por fin! a la Fantasía latinoamericana en la corriente de las tradiciones intelectuales dedicadas a pensar la literatura del continente, a cargo de pensadores como el peruano Antonio Cornejo Polar. Para Cornejo Polar, “Caracteriza a las literaturas heterogéneas […] la duplicidad o pluralidad de los signos socio-culturales de su proceso productivo: se trata en síntesis de un proceso que tiene por los menos un elemento que no coincide con la filiación de los otros y crea necesariamente una zona de ambigüedad y conflicto” (12). Refiriendo a su vez a Noe Jitrik, Cornejo Polar sintetiza esta idea señalando que se trataría de una fractura entre el mundo representado y el modo de representación. En el caso de la obra de Bodoc, es evidente dónde podría, de manera tentativa, localizarse aquella fractura enunciada. Queriendo narrar imaginativamente el suceso de la Conquista y la lucha de nuestros pueblos originarios, la autora debe recurrir a la lengua impuesta del colonizador: el español. Un español que, como señalaba antes, está trabajado literariamente de una manera que le permite desmarcarse de la prosa comercial que otras obras exhiben por auto-colonización mercantil de parte del imperio gringo y sus tendencias, pero una lengua ajena al fin y al cabo. Más interesante aún, la obra de Bodoc, pese a sus acentos colectivos y familiares, se enmarca en la muy occidental y europea forma de la Fantasía épica, con numerosos de sus códigos y tópicos arquetípicos a cuestas. De hecho, incluso los académicos de LIJ hispanoamericanos reconocen a la suya como una obra de Fantasía, o cuando menos de “literatura fantástica” [sic]. Cuando se la ha referenciado como una suerte de épica continental, ha sido casi siempre en son metafórico y revanchístico. Es decir, hasta el lector menos avispado en la tradición literaria canónica de la Fantasía es capaz de reconocer la obra de Bodoc como una producción literaria contemporánea, que de una u otra forma dialoga o discute con, por ejemplo, la obra de Tolkien, habitual paradigma de esta estética. Me parece muy extraño que casi nadie de estos lares parezca haber notado esta dislocación discursiva en la Saga de los Confines. Sospecho que, paradójicamente, se debe a que tampoco se entiende el proyecto original de Tolkien con su Legendarium. Al reducir la apreciación de la obra de Bodoc a una mera contestación latinoamericanista rabiosa a las muy “europeas, patriarcales y católicas” publicaciones del Profesor, se pierde de vista que el proyecto creador de la argentina está bastante cercano al del inglés, al menos en principios: mitologizar los rastros mitológicos perdidos de la propia tierra, la lengua ancestral, perdida tras la invasión de los Normandos en 1066 (el propio hogar, a fin de cuentas), y reclamarlos para sí [4]. Pero la distancia de Tolkien con sus propios referentes es menos acentuada, desde luego. Esta distancia es insalvable para Bodoc, por más estudios que puede haber realizado para la construcción de su mundo imaginario, porque recae también en la forma. A fin de ser una homóloga exacta de Tolkien, citando una idea de mi compañero Emilio Araya, Bodoc hubiera tenido que ser una filóloga de lenguas indígenas, labor complicada considerando que algunas derechamente se han perdido para siempre. El intento estilístico de la autora argentina de recrear el fraseo de esas voces muertas, así, tiene una doble inscripción, bella y trágica, como la del destino de nuestro propio continente. Desde esta óptica, la obra de Bodoc fue escrita desde un intersticio magnífico y complejo del que creo que pocas obras inspiradas en su enseña puedan crearse. Mientras los intentos de “Fantasía latinoamericana” [-americanista] sigan ocupados solo de la superficie textual en lugar del estilo, sospecho que es muy probable que estarán condenadas al fracaso estético, por más que esto no les importe a sus autores (o por más que digan que no les importe). A mí, como lectora y autora de literatura Fantasía, desde luego que me importa. Pero ¿qué nos queda como vía de creación, además del complicado sendero de una Fantasía como la de Bodoc? Sostengo otra corriente, que abordé en su momento con más detalle: el medievalismo y el neomedievalismo. ¡Pero eso no es algo latinoamericano!, me dirían con rabia aquellos lectores de nuestra pobre antología juvenil. Pues, mira, me da igual. Si estamos leyendo la Fantasía más allá de los imaginarios socioculturales, supongo que queda claro entonces que yo sí creo, acaso desvergonzadamente, que puede hacerse un trabajo discursivo interesante, aun político y latinoamericanista, desde un mundo secundario (neo)medievalista de autoría inscrita en este continente. Mi ejemplo paradigmático, por supuesto, es la obra de la mexicana Verónica Murguía. De hecho, si rastreamos la recepción de Loba (Ediciones SM, 2013), su premiada novela de Fantasía épica, nos encontramos con algunas lecturas muy interesantes sobre la violencia [5]. Este tópico, casi un cliché crítico y estético tanto en México como en Latinoamérica, se abre nuevas posibilidades en la historia de Soledad, la princesa virago que decide no matar y que renuncia a diversas expresiones de poder a lo largo de su crecimiento (incluso aquel que cierto feminismo consideraría positivo para una mujer, desde la noción de empoderamiento). Como siempre, donde el realismo banal no hace más que reflejar la miseria desde un espejo mugriento que nadie se atreve a limpiar, la Fantasía desafía la oscuridad desde su luz incandescente. En relación con la violencia, temática y herida profundamente latinoamericana, las obras piadosas de Murguía, como Loba o El fuego verde (Ediciones SM, 2016), ofrecen discursos poco habituales, casi anómalos. Es lo que permite la ética de la Fantasía como expresión artística. No es casualidad que estas dos novelas ofrezcan magníficos ejemplos de eucatástrofe, principio estructural cada vez más desplazado de la Fantasía contemporánea y, quizá también, cada vez más necesario en nuestra decadencia indolente en lo secular. En otras palabras, podría decir que las obras de Murguía podrían leerse como obras europeas: la autora conoce lo suficiente del mundo medieval y de la tradición literaria de la Fantasía como para insertarse en aquel contexto. Sin embargo, sus sutiles acentos —menos evidentes que los de Bodoc, pero no por ello menos latinos— son los que sientan la marca cultural. Hay una discusión en torno a la violencia, la discriminación, el sujeto femenino y el poder, como he señalado, y su conclusión narrativa me parece maravillosamente esperanzadora a pesar del dolor que causa a sus protagonistas. Sé bien que estos enfoques no son exclusivos de nuestro continente. Pero me aventuro a proponer que estos se presentan de una forma muy particular e intensa en Latinoamérica, y que un lector crítico podrá reconocer este rastro político en medio de la presencia de dragones, unicornios y hadas, que evidentemente no tienen por qué ser figuras despolitizadas, como sabe cualquier persona que entienda y ame la Fantasía. Lo anterior no respalda el planteamiento de la obra de Murguía como posible literatura heterogénea, posición que creo que es más nítida, pertinente y compleja en la obra de Bodoc. Pero no me importa mayormente ahora. Como eurófila en mis simpatías hacia la tradición literaria europea, que después de todo fue la que me entregó la Fantasía, la vía de Murguía me parece plenamente válida y complementaria a la de Bodoc, en miras a una “Fantasía latinoamericana”. En fin, retomando la inquietud inicial de este artículo: ¿qué podríamos entender de un concepto como aquel? Fantasía latinoamericana, Fantasía chilena… Creo que una propuesta que merezca la pena debe rehuir, por fuerza, tanto del reduccionismo de la nacionalidad (que en algún momento defendí para zafarme de los estériles cinco años de mi pregrado), como del de un latinoamericanismo mercantilizado (que deben aún defender quienes necesitan darle un valor añadido a una producción literaria, por lo demás, genérica y formulaica). Se trataría, en cierto modo, de pensar críticamente qué entendemos por el constructo de lo “latinoamericano”, y atreverse tanto a construirlo como a deconstruirlo en nuestras propuestas literarias, posean estas un imaginario más autóctono o más ajeno, en el sentido que proponía, creo (no se me dan bien los modelos teóricos que aman en Letras Hispánicas), Jacques Derrida: no para desmontarlo en partes y dejarlos ahí, sino para ver qué “diferencia” (différance) afloraría a partir del encuentro entre sus concepciones. En realidad, la discusión claramente trasciende la mera elección de imaginarios y se incrusta, como siempre que estamos hablando de literatura, en el lenguaje mismo y en la estructuración estética. Y esto porque Latinoamérica trasciende la palabra originaria aislada y descontextualizada y la criatura mitológica de turno. Latinoamérica es territorio, es sangre derramada, es historia, es periferia, es la belleza de todas esas lenguas perdidas para siempre y de las que solo nos queda su anhelo. Y es también nuestro mestizaje problemático, la hendidura desde la que escribimos, con esta lengua impuesta que sin embargo es tan terriblemente hermosa, sobre tristezas y precariedades que muchos españoles jamás entenderán. Quiero pensar que una Fantasía latinoamericana puede ser la propuesta de Liliana Bodoc, que mira hacia aquí desde la dislocación de su discurso, como también la de Verónica Murguía, que mira hacia aquí y hacia allá desde un imaginario ajeno y sin embargo adoptado. En fin, quiero pensar que una Fantasía latinoamericana puede y merece ser también literatura, del mismo modo en que siempre esperaré una eucatástrofe para este país, este continente. Que los pehuenes vuelvan a entregarnos su fruto sagrado en tiempos de hambre espiritual, que el alicanto nos deslumbre solo por el oro de su plumaje y no por el tesoro que anuncia su vuelo, que el Caleuche pueda al fin encallar para permitir la liberación de sus almas en pena, que volvamos a oír la voz del quirquincho, (el artista insignificante inmolado por amor al arte) en el rasgueo del charango. Que algún día hemos de recuperar todo lo que nos fue arrebatado, y que la belleza híbrida e inestable del mundo que hoy conocemos solo alcanzará su plenitud en el abrazo de aquella otra, olvidada y extraviada, que brotará de la tierra para contener todas nuestras lágrimas y las de los que nos precedieron. Notas [1] Lo curioso de esto es que, como en el caso de la entrevista recogida para la respectiva referencia, Bodoc acompaña su visión de Tolkien también desde la maravilla de la influencia generativa, hasta el punto en que asume que su propia Saga de los Confines no existiría sin El Señor de los Anillos. Ahora bien, también aclara: “Sentí que ese texto me convocaba y, al mismo tiempo, lo rechazaba desde un lugar ideológico. Por eso de que las sagas proponen un modelo de mundo. El modelo tolkieniano es eurocéntrico, patriarcal, ario y eclesiástico. Esos lugares me alejaron y capitalicé también esa distancia para escribir una saga con otra visión del mundo” (Blanc). Esta idea me parece interesantísima, al margen de que no la comparta como autora. Bodoc es capaz de identificar filiaciones y rechazos hacia una obra, y de la tensión entre ambos movimientos surge su creación emblemática: un perfecto caso de recepción productiva. Por desgracia, muchas visiones críticas sobre la escritora y su saga no parecen atender a estos delicados matices. [2] Un ejemplo es el libro La otra voz en La saga de los confines. Un estudio sobre la trilogía de Liliana Bodoc (EDIUNC, 2014), de la argentina Susana Sagrillo. Es muy llamativo constatar cómo la obra de Bodoc se suele leer desde marcos teóricos como la lectura crítica/ideológica, el decolonialismo y crítica cultural en general. [3] Aquí entran en juego conceptos como apropiación cultural o transculturación, claro, cuya complejidad me obliga a guardar silencio ante la superficialidad de mis acercamientos teóricos previos a ellos. Insisto en esto porque las ideas que expreso a continuación sobre aspectos que atañen a estos asuntos son mucho más intuitivas y viscerales que formales. [4] En una carta a su editor Milton Waldman, Tolkien explicita este proyecto poético y sus motivaciones más personales: I was from early days grieved by the poverty of my own beloved country: it had no stories of its own (bound up with its tongue and soil), not of the quality that I sought, and found (as an ingredient) in legends of other lands. […] I had a mind to make a body of more or less connected legend, ranging from the large and cosmogonic, to the level of romantic fairy-story-the larger founded on the lesser in contact with the earth, the lesser drawing splendour from the vast backcloths – which I could dedicate simply to: to England; to my country. It should possess the tone and quality that I desired […]” (Tolkien, 144-145). [5] Ejemplos de ello son los siguientes artículos: “Resistir a la violencia” (Alberto Chimal, 2013) y “Loba: nana para princesas y sicarios” (Oscar Luviano, 2013). Bibliografía Blanc, Natalia. “Liliana Bodoc: ‘Las sagas y la épica proponen un modelo de mundo.’” La Nación, 16 nov. 2015, www.lanacion.com.ar/cultura/liliana-bodoc-las-sagas-y-la-epica-proponen-un-modelo-de-mundo-nid1845767/. Polar, Antonio Cornejo. “El indigenismo y las literaturas heterogéneas: su doble estatuto socio-cultural.” Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, vol. 4, no. 7/8, 1978, pp. 7–21. JSTOR, www.jstor.org/stable/4529866. Tolkien, J.R.R. The Letters of J. R. R. Tolkien. Ed. Humphrey Carpenter. Boston: Houghton, 1981. * Este artículo se publicó originalmente en Vagalumbre. Los comentarios están cerrados.
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AutoraPaula Rivera DonosoSi alguno de estos textos te es de utilidad, ¡recuerda citarme en tu bibliografía! También puedes hacer una donación en el botón de abajo. Muchas gracias~
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