Reseña del primer libro de la Saga de los Confines de la argentina Liliana Bodoc. Esta obra, probablemente el trabajo más importante de Fantasía contemporánea en el continente, bebe al mismo tiempo de la influencia épica de J.R.R Tolkien como de diversas referencias culturales y literarias de pueblos precolombinos, principalmente en lo que refiere a su enfrentamiento con los colonizadores, pero desde una visión trascendente, que no se estanca en alegorías. En Los Confines, una de las zonas de las Tierras Fértiles, vive el huisihuilke Dulkancellin, sus hijos y la vieja Kush. Ellos, al igual que el resto de los pueblos, viven tranquilamente sus existencias, enfrentando sus problemas cotidianos. Esta paz se quebranta cuando un mensajero extranjero arriba para avisarle al guerrero que ha sido elegido para representar a su pueblo en un concilio entre todas las tribus. La Magia ha detectado que unas naves se aproximan a las Tierras Fértiles desde las Tierras Antiguas, pero aún no logra descubrir si se trata del regreso de los antepasados de los bóreos, gente amiga, o de sus adversarios, los sideresios, al servicio de Misáianes. Esta mítica entidad condensa el Odio Eterno y su posible llegada a las Tierras Fértiles supondría caos y dolor para su gente. Ante el peligro, Dulkancellin decide acudir al concilio, ignorando que su partida marcará el inicio de Los Días del Venado, cuando la fuerza de todos los pueblos se una contra la impalpable maldad tanto de sus enemigos como de sus propios corazones. Una de las críticas más recurrentes a la Fantasía escrita en Latinoamérica es su predilección por imaginario medievales y europeos, tendencia que se ha ido haciendo cansina por su recurrencia genérica. Si bien personalmente creo que lo más importante en una obra literaria —sea de Fantasía o no— es su calidad literaria general y no necesariamente el imaginario que se elija para narrarla, sin duda llama la atención que exista aún un limitado interés por rescatar las tradiciones legendarias de nuestro propio continente a partir de este género, de una manera significativa y no superficial. Lamentablemente, muchas iniciativas que han intentado rescatar este legado originario para la Fantasía no han logrado aprovechar su enorme potencial cultural y estético, de modo que los proyectos más interesantes han terminado escribiéndose desde una ficción realista más cercana a la historia. Ese es el mayor mérito de Los días del Venado y, por extensión, de las otras obras que componen La Saga de los Confines, de la autora argentina Liliana Bodoc (Santa Fe, 1958): retomar tradiciones y legados culturales de numerosos pueblos originarios de Latinoamérica y reelaborarlos estéticamente en función de una historia de Fantasía Épica basada en el clásico enfrentamiento arquetípico entre el Bien y el Mal. El trabajo de Bodoc al respecto es admirable en su esfuerzo por hacer perceptibles estas raíces históricas sin que por ello minen la Fantasía que es parte de la esencia de toda la novela. Las diversas tribus de las Tierras Fértiles poseen nombres de claros orígenes lingüísticos propios de pueblos como los mapuches, mayas y aztecas, entre otros. Están los huisihuilkes de Los Confines, a donde pertenece la familia protagónica de Dulkancellin, los zitzahay, los bóreos, los Señores del Sol, los Pastores y el Clan de los Búhos. La descripción minuciosa de las tradiciones de cada uno de estos pueblos reelaborados sigue en la senda de exhibir una forma de vida rural propia de las culturas precolombinas, en íntimo contacto con la naturaleza. Se aprecia también la influencia literaria que obras como el Popol Vuh y los numerosos documentos históricos de la época que aportan a la configuración del universo de la obra. Sin embargo, la autora trasciende estas referencias y se acerca a la creación de un Mundo Secundario propio, más allá de que esté fuertemente inspirado en la cosmovisión del continente latinoamericano. Se narra la presencia de un tipo de Magia que no se queda en la superchería, sino que adquiere un valor concreto, el de un poder atávico de la naturaleza que se ve representado a través de dos concepciones distintas, la de la Cofradía del Aire Libre y la de la Cofradía del Recinto. En la obra también aparecen criaturas fantásticas como los lulus o las mujeres peces, así como tradiciones mágicas que son imposibles de leer de manera alegórica. Un buen ejemplo de esto último es la maldición del Halcón Ahijador, que se basa en el tabú de no contemplar jamás a esta ave en una ceremonia específica. De transgredir esta norma, el desdichado rebelde es condenado a la ceguera humana, siendo reemplazada su visión por la del Halcón, pudiendo observar únicamente lo que éste ve en su propia existencia. Otro de los aspectos destacados de esta novela es su estilo narrativo. La prosa de la autora es muy poética y de un ritmo muy pausado, algo poco frecuente en las obras del género en este continente, más orientadas hacia la narración directa de los combates. Sin duda Bodoc es una escritora, afirmación que puede parecer extraña al principio, pero que cobra mayor sentido cuando nos volvemos sobre el perfil habitual de los autores de Fantasía y de fantasía épica en nuestro país. Muchos de estos autores son personas con capacidades decentes de redacción y un puñado de buenas ideas que se concretan en un texto que no siempre pasa por procesos exhaustivos de edición literaria y que termina publicado antes por la posibilidad económica de hacerlo que por su calidad en sí misma. Es sin duda llamativo encontrarse con una narrativa que privilegie la contemplación por sobre la acción. En ese sentido, es posible leer la prosa de la obra como genuinamente escrita en español, intentando abarcar los potenciales lingüísticos de nuestro idioma, y no como una más bien genérica, como podría serlo una traducción mal hecha del inglés y que es una sensación que queda tras leer algunas obras de Fantasía que no han sido pulidas lo suficiente en su lenguaje. Ahora bien, esta narración pausada también puede suponer reparos. La obra se tarda bastante en presentar el conflicto principal, pues las primeras páginas exponen en detalle la vida de la familia protagonista en la tierra de Los Confines. Esto quizá pueda impacientar a algunos lectores que no logran encontrar la conexión entre el explícito prólogo y lo que se está leyendo en los primeros capítulos. Así, la primera mitad de la novela está basada en la creación de una atmósfera de incertidumbre y tensión que va cada vez haciéndose más funesta a medida que se van sucediendo diversos malos presagios. La segunda mitad, en cambio, con la revelación y confirmación de estos presagios, entra de lleno ya en lo épico, con la narración de las diversas batallas que van librando los habitantes de las Tierras Fértiles. Para esta sección, el tono poético supone un curioso efecto que provoca una lectura de estos acontecimientos que dista de la tradicional forma de leer eventos bélicos en una novela de Fantasía Épica, si bien parece funcionar mejor con los primeros capítulos, en donde la misma actitud pausada de los personajes le calza a la perfección. Curiosamente, y aun cuando la obra presente este sabor latinoamericano que se ha explicado ya, es posible identificar fácilmente la influencia épica tolkeniana, al menos en el sentido de su estructura narrativa. De los tiempos apacibles se desprende una sombra (¿la sombra del pasado?) que amenaza la paz y tranquilidad, debiendo sostenerse un concilio para debatir la mejor forma de afrontar este problema. Luego, la guerra se desata en un ambiente tan lleno de traiciones como de heroísmo y esperanza. Este paralelismo con El Señor de los Anillos puede desconcertar dado la ambientación de la historia, pero se neutraliza un poco cuando se advierte que está imbricado con el hecho histórico del descubrimiento (o matanza) de América y el tema de la Otredad, incluyendo la perplejidad de los pueblos nativos ante los extranjeros y su incapacidad lingüística y de visión de mundo para nombrar con palabras lo que estos traen consigo (armas de fuego y caballos). Afortunadamente, aún cuando estos dos referentes sean muy evidentes en la obra, la autora consigue emplearlos de una manera en la que no molestan en su lectura, intentando darles un giro distinto. Uno de los aspectos de la obra que puede ser criticado más directamente es el hecho de que todos sus personajes resulten muy arquetípicos: Dulkancellin es el héroe orgulloso, Kupuka el brujo sabio, Kush la anciana matriarca, Cucub el músico de ánimo ligero y carisma y lealtad a partes iguales, entre otros. Puesto que el argumento mismo de la obra narra un conflicto de orden arquetípico como el enfrentamiento entre el Bien (representado en la gente honesta de las Tierras Fértiles y la Magia) y el Mal (representado en la figura mítica de Misáianes y sus adherentes), podría plantearse que esta construcción es coherente, y sí, lo es. Pero se echa en falta más rasgos distintivos para cada protagonista, en especial para la familia de Dulkancellin, pues es evidente que cada uno tiene un enorme potencial sicológico que no es lo bastante desarrollado por centrarse la historia en éste y en los pormenores del enfrentamiento bélico ya mencionado. Eso provoca que algunos momentos relevantes —como la conversión en hombre en Thüngur y de mujer en Kuy-Kuyen— le sean contados al lector en lugar de permitir que sea la propia narración la que se encargue de mostrárselo. Uno de los personajes más interesantes en el sentido anterior es Kume, pero la novela finaliza sin que se nos haya podido transmitir del todo los motivos de sus diferencias de carácter respecto a su pueblo. Lo que logra asimismo desmarcarse del arquetipo es la intrincada maraña de sentimientos que suscitan los eventos de guerra, pudiendo apreciar cómo las emociones humanas pueden volverse grietas para la penetración del Mal. La historia personal de Molitzmós es una de las más enfáticas al respecto, lo que le brinda más densidad literaria al personaje. Con todo, y por la forma en la que concluyen los eventos en esta primera novela, se insinúa que en sus continuaciones se retomarán muchos aspectos pendientes en cuanto a estos personajes, y con una profundidad mucho mayor. No hay que olvidar el explícito título de la segunda novela: Los días de la Sombra; es de esperar que esta anunciada oscuridad permita desarrollar más a los protagonistas al enfrentarlos a problemas mayores. Eso sin contar con que las pérdidas que los sobrevivientes han vivido en el primer volumen habrán de cambiar su experiencia de una u otra forma. De esta manera es posible concluir que Los días del Venado presenta una propuesta narrativa que, aun más que sobresaliente, es necesaria en su lectura para descubrir —o confirmar— que en la Fantasía nunca se podrá llegar a un punto en que esté todo escrito. Aun cuando las influencias de Tolkien sean bastante claras, eso no supone un defecto en sí mismo porque la autora hace denodados esfuerzos estéticos por imprimirle un sello propio a su obra, y lo logra. Por otra parte, la narrativa arquetípica se ha transformado en un rasgo común de la Fantasía Épica, y aun cuando esta novela la exhibe también, consigue entregar otros elementos que compensan literariamente este factor, que tampoco es del todo negativo en su esencia. Por ello, Los días del Venado es una novela muy recomendable para empezar a conocer los potenciales estéticos de la Fantasía en nuestro continente (en especial de la fantasía épica, un subgénero tan criticado) cuando se procura escribir con oficio y compromiso literario. Otros libros de la Saga de los Confines
* Esta entrada fue publicada originalmente en Fantasía Austral.
Los comentarios están cerrados.
|
AutoraPaula Rivera DonosoSi alguno de estos textos te es de utilidad, ¡recuerda citarme en tu bibliografía! También puedes hacer una donación en el botón de abajo. Muchas gracias~
Artículos sobre FantasíaEsta es una selección de artículos que he escrito sobre Fantasía. Son de tres tipos: reseñas, columnas y conceptos. Para textos académicos, consultar aquí. ContenidosÍndice de artículos aquí. CategoríasArchivos2023202220162015 |